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El PP se supera: trampas en el solitario y decisiones personales en cuadrilla

Mazón puede decir que se va hoy mismo, pero el daño al PP y a su presidente está hecho.

Mazón puede decir que se va hoy mismo, pero el daño al PP y a su presidente está hecho.
El presidente de la Generalidad valenciana, Carlos Mazón, atiende a los medios | EFE/ Ana Escobar

Era difícil hacerlo peor hasta la fecha, aunque, hablando del PP, no cabe descartar que en el inmediato futuro se superen en ese arte, tan suyo, de meter la pata. Nadie debe nunca minusvalorar la capacidad de la derecha que se proclama moderada para hacer el más inmoderado de los ridículos.

Ha sido tan lenta la resolución de la crisis del PP valenciano por el empeño de Mazón en enrocarse en el cargo y por las vacilaciones de Feijóo en echarlo o mantenerlo, que, al final, la crisis parece, digo parece, que se la resolvió el Gobierno de Sánchez con el acto de repudio que le montó en el aniversario de la Dana, y en el que no se sabe bien qué pintaba Mazón, convertido en payaso de las bofetadas. Le cayeron todas, las suyas y las del Gobierno, y entonces, sólo entonces, cuando la cosa ya no tenía remedio, en el PP y el propio entorno de Mazón empezaron a pensar que debía irse. En el momento de escribir esto, siguen pensándolo, tal vez en el momento de leerlo lo hayan decidido. O no. Y sigue vigente la frase de las termitas democristianas que acabaron devorando a Fraga: "Lo urgente es esperar".

El error de partida, el error del modelo de partido

En el tercer año de presidencia del PP creo que se ha visto claro el error que marcó la entronización de Feijóo, tras el intento de asesinato civil de Ayuso y la reacción de las bases, que expulsaron a Casado y Teodoro. En aquel momento, anunció que cada organización regional del partido tendría plena autonomía para tomar las decisiones políticas que más le afectasen. Y lo que entonces resultaba cómodo se convirtió en patente de inmovilismo.

No echó cuando debía a Casado y Teodoro, ni siquiera después de ver las consecuencias de su entrega al Gobierno del Tribunal de Cuentas. Mantuvo a todo el equipo que en la mañana de la vil traición radiofónica aplaudió a Casado, con Cuca a la cabeza, y lo hizo pese a su mediocridad, como si pensara más en los equilibrios de plantilla que en la eficacia de comunicación, que el PP sigue sin identificar con la acción política. Las concesiones andaluzas no han funcionado. Y lo único que iba paliando la mezquindad organizativa eran las elecciones generales, que, a la postre, fueron lo que lo demostró. Pésima campaña, exhibición de ambiciones particulares y ni un solo mensaje ilusionante, de gran proyecto nacional. Todo se fió al resultado. No salió, y ha tardado dos años en despejarse. Y entonces, arrastrando la indefinición de un año, zas, sucede lo de Mazón.

Las cosas nunca se arreglan solas

Lo de Mazón no fue sólo una cosa, sino una cadena de torpezas y traiciones del alicantino a Feijóo, que comentamos aquí hace un año. En síntesis, no pidió el estado de alarma pese a haberlo pactado con Feijóo, y por una razón: creyó lo que le convenía, que Sánchez le haría quedar bien. Y cuando lo traicionó, siguió sin pedirlo porque continuó creyendo lo que le convenía: que pasara el tiempo, hasta que la reconstrucción lo salvase. Mientras, el lío de su cita gastroprofesional con la periodista Vilaplana se fue liando más, hasta permitir que la Izquierda culpara al ligón de asesino. Una canallada, sin duda, pero nada sorprendente en una región de broncas feroces. En asunto tan grave ¿cómo iban a dudar en achacarle lo que fuera?

Y no dudaron. De forma permanente, pero acelerando al llegar al aniversario, prepararon su funeral político, con él de testigo. Como Génova no lo echaba, la que Feijóo quería que lo sustituyese, María José Catalá, no quería, y el partido en Valencia estaba a verlas venir, Mazón llegó a creer que se saldría con la suya, seguiría en el cargo y volvería a ser candidato. La realidad era distinta, las encuestas lo probaban, pero él seguía soñando en continuar, seguramente creyó que hasta si lo insultaban en el acto de las víctimas, su previsto réquiem político, las bases del PP se compadecerían. No era así, pero Feijóo, lamentando en privado lo que callaba en público, siguió defendiendo la autonomía de las decisiones, así que Mazón siguió.

Y en primer plano: un acto de gobierno en el aniversario, un consejo especial, apariciones públicas, comunicados, hasta el viaje de promoción turística a Londres lo ha mantenido, por absurdo que parezca. Cuanto más le toleró Feijóo, más lejos llevó Mazón su política de hechos consumados. Pero las cosas nunca se arreglan solas, por mucho que la derecha lo sueñe. El escándalo del aniversario dejó claras dos cosas: la cara dura de Mazón, y la falta de dirección política, e, inevitablemente, de liderazgo de Feijóo. Es un caso único, en el que el superior ha ejercido de fusible del inferior.

Lo mejor, que elijan las bases del partido

Mazón puede decir que se va hoy mismo, pero el daño al PP y a su presidente está hecho. Se trata, como en Madrid cuando el caso Ayuso, de una total falta de respeto de los líderes del PP a los militantes y votantes. Que cabría compensar dándoles la posibilidad de elegir ellos al sucesor. No hay seguridad de que salga bien la cosa. De hecho, en una campaña limpia, podría ganar hasta Francisco Camps. Dicen algunos que no hay que hacerle a Mazón lo que el PP le hizo a Rita Barberá. No es lo mismo, pero da igual: seguro que hacen algo en lo que no creen, y que luego lamentaremos todos.

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