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Javier Vinós

Seis cosas imposibles de creer

Como la reina blanca de Alicia, las autoridades europeas y españolas pretenden que creamos en seis cosas imposibles sobre el cambio climático y la transición energética.

Frans Timmermans, Ursula von der Leyen y Greta Thunberg en la Comisión Europea en marzo de 2020. | Europa Press

En «Alicia a través del espejo», el personaje de Lewis Carroll dice: «No se pueden creer cosas imposibles», y la reina blanca le contesta: «Cuando tenía tu edad, a veces, incluso creía hasta seis cosas imposibles antes del desayuno».

Como la reina blanca de Alicia, las autoridades europeas y españolas pretenden que creamos en seis cosas imposibles sobre el cambio climático y la transición energética, antes y después de desayunar. Estas seis cosas imposibles de creer y en las que muchos —como la reina blanca de Alicia— sin embargo creen, son las siguientes:

La primera es creer que los humanos tenemos —o podemos llegar a tener en un futuro cercano— algún control sobre el clima y la meteorología, y con nuestras acciones ser capaces de reducir la frecuencia e intensidad de los huracanes, las inundaciones, las sequías o la subida del mar. Quien crea esto es capaz de creer cualquier cosa.

La segunda es creer que el clima, en su extraordinaria complejidad con cientos —quizá miles— de variables, está bajo control de una sola: los cambios en la concentración de los gases de efecto invernadero. La teoría y los modelos que así lo proponen se basan en un buen conocimiento de las propiedades del CO2, pero en un mal conocimiento de las demás variables climáticas. Y el hecho de que no hayan aparecido pruebas sólidas de esta teoría, tras décadas de buscarlas intensamente, hace muy difícil creerlo.

La tercera es creer que está teniendo o va a tener lugar una transición energética. No existen ejemplos de transiciones energéticas. Usamos más biomasa, carbón, petróleo, gas natural, y uranio que en ningún otro momento de la historia, y simplemente estamos añadiendo las mal llamadas energías renovables, que se instalan, mantienen y renuevan gracias a los combustibles de hidrocarburos. Nuestra utilización de energía aumenta más deprisa que nuestra capacidad de instalar energías renovables. La transición es un mito y quien diga creer en ella miente o no está bien informado.

La cuarta es creer que se va a abandonar el uso de los combustibles de hidrocarburos. En la reciente conferencia climática de Brasil un grupo de países, entre los que se encontraba España, presionó para que el acuerdo incluyera una hoja de ruta para el abandono de dichos combustibles. Tuvieron que claudicar y los combustibles de hidrocarburos ni siquiera se mencionan en el acuerdo final. 83 gobiernos apoyaron esa hoja de ruta, pero todos juntos solo representan al 13,6 % de la población mundial. El 86,4 % restante no manifiesta intención alguna de abandonar la fuente de la que la especie humana obtiene el 85 % de su energía externa.

Es imposible creer que dicho abandono vaya a tener lugar porque, 33 años después de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y 10 años después del Acuerdo de París, el apoyo entre las naciones al abandono de los combustibles de hidrocarburos ha disminuido en vez de aumentar.

La quinta es creer que va a tener lugar una reducción de las emisiones globales de CO2. Estas emisiones están asociadas al desarrollo humano y al aumento de la población. Muchas regiones del planeta están aún por desarrollarse y la población del planeta seguirá aumentando en las próximas décadas. Desde la primera conferencia climática de 1995 en Berlín, donde se adoptaron compromisos estrictos de reducción de emisiones, pero solo para las naciones ‟desarrolladas", las emisiones globales de CO2 han aumentado en un 70 %. Estos 30 años deberían bastar para convencer a cualquiera de que no van a dejar de hacerlo.

La sexta es creer que se puede descarbonizar la energía. Tan solo el 23 % del consumo final de energía de la UE es energía eléctrica, y solo el 70 % de esa electricidad es de fuentes libres de carbono. Un tercio de ella proviene de la energía nuclear que España rechaza y que se instaló el siglo pasado. En lo que va de siglo, la UE ha conseguido descarbonizar menos del 10 % de la energía que utiliza. La mayor parte del planeta ni siquiera lo intenta.

Estas seis cosas son imposibles de creer, pero si tan solo no creemos en una de ellas toda la estrategia climática y energética de la Unión Europea y del gobierno de España se revela como una trágica farsa. En base a esas imposibilidades, nuestros gobiernos nacional y europeo se han empeñado en una transición cuyas consecuencias ya estamos sufriendo: energía más cara, descenso de la producción industrial y de la competitividad, incremento del riesgo para la red eléctrica, políticas medioambientales de consecuencias trágicas, mayor endeudamiento y, en definitiva, una decadencia acelerada de Europa con respecto al resto del mundo.

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