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Agapito Maestre

Demagogia y encanallamiento

Quieren hacernos vivir como animales en estado de alerta permanente por los peligros que vienen de nuestro contorno. De sobresalto en sobresalto, aterrados por lo que pudieran decir o hacernos nuestros “gobernantes”, el español medio sólo vive preocupado por sobrevivir, porque no le hagan daño. Aparte de intentar satisfacer las demandas nacionalistas del tripartito catalán, pareciera que el objetivo de este gobierno es reducir al ciudadano medio a pura alteración. Es como si no quisieran dejarnos un rato de tranquilidad, menos aún de ensimismamiento y soledad. La ciudadanía empieza a sospechar, en cierto modo a envilecerse, que ya que su vida no mejorará, por favor, que no nos toquen. ¡Déjennos como estábamos! Éste es el grito de salvación de la nación española.
 
No hay declaración de ministro que no provoque reacciones de miedo y estupefacción. Sometidos a tales “electrochoques” verbales los ciudadanos empezamos a reaccionar como animales. Las declaraciones de los ministros tienden más a asustarnos que a explicarnos por dónde irán sus líneas de gobernabilidad, más a adular a algunos sectores de la población que a explicar los verdaderos problemas de la nación; en fin, excepto el comportamiento de Solbes, no hay declaración de ministro que haya conseguido eludir el peor vicio de la política española de todos los tiempos: la demagogia. Desde el talante hasta las viviendas gratuitas, pasando por la reducción del IVA en discos y libro, nada es comprensible sin demagogia. Y encima, viene la vicepresidenta del Gobierno y pretende “legitimar” este “desgobierno con la extraña teoría de que un gobierno antes que gobernar tiene que debatir... ¡Suena a risa! Pero la cosa es grave, porque pretende sustituirse la decisión de gobierno democrático por un interminable debate sobre qué clase de demagogia es más rentable para mantenerse en el poder.
 
Antes que explicar las líneas programáticas y “decisiones” más o menos vertebradas de un programa de gobierno, los ministros prefieren hacer declaraciones para satisfacer, agradar y halagar hipócritamente a un sector de la población. Entre los ministros no se ponen de acuerdo sobre un mismo asunto, o peor, dicen cosas contradictorias; otros, tratan de satisfacer a sus clientelas sectoriales. Por este camino no puede esperarse otra cosa que un encanallamiento creciente de la vida nacional, o sea, una aceptación de la imprevisión, el arbitrismo y la irregularidad como estado habitual de la política española. En este contexto no deja de ser tranquilizador que haya un ministro como Solbes, alguien que a la declaración más descabellada, sin otra finalidad que lisonjear los peores instintos del pueblo, contesta con mesura de ministro de Economía. También produce alguna quietud que un ministro rectifique o aclare con decoro una propuesta o una declaración no matizada; por ejemplo, es de agradecer que la reforma de la justicia en general, y la reforma de la instrucción del proceso penal en particular, se llevarán a cabo, según ha dicho el ministro de Justicia, por consenso con el PP.
 

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