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Agapito Maestre

Democracia o nacionalismo

Rajoy compartirá y discutirá su proyecto de legislatura con todos los grupos del Congreso, excepto con la marca blanca de los terroristas. He ahí la primera y más seria determinación política que ha tomado Rajoy como presidente electo.

La primera decisión política de Rajoy me parece impecable. Es la consecuencia directa de la nueva clave política surgida de las elecciones del 20-N. Rajoy no hablará, según ha dicho con firmeza argumentativa la portavoz del PP, De Cospedal, con Amaiur. Rajoy compartirá y discutirá su proyecto de legislatura con todos los grupos del Congreso, excepto con la marca blanca de los terroristas. He ahí la primera y más seria determinación política que ha tomado Rajoy como presidente electo del nuevo Gobierno de España: se pone a la cabeza de la defensa de la democracia española, es decir, de todas las instituciones del Estado-nacional, que Amaiur sólo pretende asesinar por la vía de la manipulación política.

Esta decisión política va más allá de ETA, e incluso traspasa las frontera de la llamada política antiterrorista del Gobierno; afecta, obviamente, al grupo filoterrorista Amaiur, que fue "legalizado" por una última maniobra del zapaterismo, pero no es sólo un aviso, sensato y oportuno para recordarles a los etarras que podrían ser fácilmente ilegalizados con los instrumentos del Estado de Derecho en la mano, sino una muestra inequívoca de que lo primero y fundamental que defenderá el PP a través del nuevo presidente del Gobierno es el Estado-nacional para todos los españoles. Rajoy ha estado a la altura de las circunstancias. Ha sabido leer con precisión un "dato" que está a la vista de todos, pero que muchos intérpretes aún no han logrado verlo por motivos ideológicos o, sencillamente, por mera estulticia.

En efecto, la complejidad de los resultados del 20-N empieza a aclararse, incluso nos da luz para un futuro inmediato, si observamos que desaparece en buena parte de España el eje izquierda/derecha, una forma de vertebrar la vida política nacional, y en su lugar se alza una división aún más esquemática y terrible: o democracia o nacionalismo, o defensa del Estado-nación o fragmentación nacionalista. Perversa, ideológica y sectaria puede resultar la primera fórmula, sobre todo instrumentalizada por el PSOE, pero, al menos, suponía que también el partido que representaba a la izquierda defendía lo común a unos y otros: el Estado-nación. Pero, ahora, cuando el PSOE pierde millones de votos que se van directamente a las posiciones nacionalistas, separatistas, independistas y terroristas, podemos decir que la antigua política de Zapatero de fagocitar a los nacionalistas no sólo ha fracasado, sino que los fagocitados han sido los socialistas.

El socialismo ha quedado subsumido tanto en el País Vasco como en Cataluña por el nacionalismo aberrante. El voto socialista que se va al nacionalismo, a los partidos que desean arruinar la democracia española, raramente vuelve a la izquierda. Por ahí la tarea que tiene por delante el PSOE para reconstruir un socialismo, más o menos democrático, no sólo es inútil, como algunos creen, sino necesaria para recuperar el poder, pero, ay, es a muy largo plazo... De momento, el único partido con fuerza genuinamente política para defender la democracia, o sea, la nación es el PP. ¿Y UPyD? Tiene algún sentido ideológico este partido, pero ninguna fuerza política, porque su discurso fracasa estrepitosamente allí dónde más tiene que decir: el País Vasco y Cataluña.

El PP aparece, hoy por hoy, como la única fuerza política que defiende la democracia en un Estado-nacional. El resto es interpretable. Rajoy lo sabe.

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