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Agapito Maestre

Desánimo ciudadano y comparecencia de ZP

Rodríguez Zapatero no hará ninguna autocrítica a su Gobierno, porque se considera un revolucionario. ¿Un revolucionario? Sí, sí, alguien dispuesto a empezar de cero sin contar con la tradición y, sobre todo, sin respetar lo que opinan los otros.

Es difícil que Rodríguez Zapatero haga una sola autocrítica a su tarea de gobierno, cuando el viernes, después del Consejo de Ministros, comparezca ante la prensa para hacer balance de lo llevado a cabo por su Ejecutivo. La carencia de autocrítica será una señal importante para saber que la democracia española sigue degradándose. Si un Gobierno no hace autocrítica, o sea, no se autolimita en determinadas acciones que han sido contestadas ampliamente por los ciudadanos, estamos ante la mejor prueba de su intolerante destino. Zapatero, como los peores déspotas, nunca ha querido oír los gritos de protesta de la calle. Zapatero hace lo que le da la gana. Ahí reside su coherencia. Es un hombre al margen de los mecanismos más elementales de la democracia. Ésta es sólo un nombre a su servicio. En estos años de gobierno lo ha demostrado con creces.

Nada, pues, dirá sobre su salvaje política "antiterrorista", a pesar de los millones de ciudadanos que salieron a la calle para protestar contra sus negociaciones con ETA. Guardará silencio sobre los engaños y fracasos de su cacareada "alianza de civilizaciones", porque los soldados españoles han caído en acciones de guerra contra el fundamentalismo islamista. Esconderá el totalitarismo que conlleva su política laicista, a pesar de los millones de cristianos que protestan un día sí y otro también para que se tenga en cuenta que son ciudadanos españoles. Pasará de largo sobre el destrozo de la Constitución que él mismo ha propiciado al alentar una reforma de Estatutos de todo punto innecesaria. Nada dirá de su fracaso en la política internacional. Y, por supuesto, se mantendrá inflexible para imponer a millones de niños la asignatura de Educación para la ciudadanía, que es todo un engendro de mal gusto y peores intenciones políticas.

Rodríguez Zapatero no hará ninguna autocrítica a su Gobierno, porque se considera un revolucionario. ¿Un revolucionario? Sí, sí, alguien dispuesto a empezar de cero sin contar con la tradición y, sobre todo, sin respetar lo que opinan los otros. Rodríguez Zapatero ya ha pasado a la historia por su coherencia ideológica, por su terrorífico y cruel programa de gobierno, que se resume en el odio a la oposición. Porque no encuentra motivos para estimarse a sí mismo, busca "razones" y "argumentos" para desprestigiar cualquier excelencia que venga de la oposición o de la protesta ciudadana. En la historia democrática de España, pocos gobiernos hallaremos, quizá ninguno, que hayan logrado menos acuerdos con la oposición que el actual de Rodríguez Zapatero. Desde que llegó al poder Rodríguez Zapatero tuvo una obsesión: borrar todas las huellas, en realidad, todos los bienes públicos que habían conseguido los anteriores gobiernos del PP, e incluso ha puesto en cuestión la capacidad política, o sea, de acuerdos con la oposición que el PSOE de Felipe González practicó en su época.

Así las cosas, porque no creo que este viernes Rodríguez Zapatero haga autocrítica alguna de su gestión, deberíamos recordar cuál es el principal defecto de este Gobierno, a saber, negar la vida política, la vida de los acuerdos y las negociaciones entre el Gobierno y la oposición, para instalarse en la subversión de los valores comunes, o sea, democráticos de todos los españoles. Denunciar este ataque a la democracia es vital para salir del desánimo en que Rodríguez Zapatero quiere instalar, al menos, a la mitad de la población.

En otras palabras, contra un revolucionario, naturalmente, en los antípodas del poder democrático, que ha utilizado el mecanismo de la elección para acceder al poder y mantenerse sin ningún tipo de autocrítica y autolimitación, propongo que todos los días se le recuerde a los socialistas que su "poder" sólo puede funcionar en un conciencia pública degenerada. Sí, sí, degenerada, porque la regla de las mayorías no es suficiente para legitimar la tarea de un gobierno. Es menester el pacto y la negociación con la oposición. Imponer "propuestas" y "medidas" sin contar con el otro, con la oposición, tal y como hace todos los días Zapatero, es la muerte de la democracia.

Creo, en fin, que la actitud de Rodríguez Zapatero sólo puede explicarse en términos nietzscheanos, o sea, prepolíticos, con el término ressentiment, que nuestro Ortega desarrolló con precisión: "Cuando un hombre se siente a sí mismo inferior por carecer de ciertas calidades –inteligencia, valor o elegancia– procura indirectamente afirmarse ante su propia vista negando la excelencia de esas cualidades. No se trata del caso de la zorra y las uvas. La zorra sigue estimando como lo mejor la madurez del fruto, y se contenta con negar esa estimable condición de las uvas demasiado altas. El 'resentido' va más allá: odia la madurez y prefiere lo agraz. Es la total inversión de los valores: lo superior, precisamente por serlo, padece una capitis diminutuio, y en su lugar triunfa lo inferior."

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