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Agapito Maestre

Diario de la pandemia. Populismo español

El Gobierno de Sánchez-Iglesias solo tiene un objetivo político: atacar a la Oposición hasta alejar definitivamente toda alternativa al poder actual.

El Gobierno de Sánchez-Iglesias solo tiene un objetivo político: atacar a la Oposición hasta alejar definitivamente toda alternativa al poder actual.
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se abrazan durante la última sesión de investidura | EFE

Miércoles, 17 de junio de 2020.

El siglo del populismo

La intervención de Sánchez en el Congreso me pareció haberla escuchado mil veces. Sintetizó, sin él saberlo, los grandes tópicos del populismo contemporáneo. De este complejo fenómeno político depende, en mi opinión, la débil democracia española. El populismo del siglo XXI ha hallado en la figura de Sánchez uno de sus principales representantes. Mostró con determinación su clara intención de perpetuarse en el poder, es decir, convertir la coalición socialista-comunista en un régimen político irreversible. La irreversibilidad es, sin duda alguna, la primera y fundamental condición del populismo de nuestra época para acabar con el sistema democrático. Sánchez marcó ese día la pauta al resto de sus ministros ante las preguntas de la Oposición. Ninguno de ellos dejó de insistir en que el Gobierno de Sánchez-Iglesias solo tiene un objetivo político: atacar permanentemente a la Oposición hasta dejarla fuera de juego de toda alternativa al poder actual. Incluso uno de los ministros advirtió, una vez más, a la Oposición de que nunca llegará al poder.

La sesión del 17 de junio del Congreso de los Diputados recogió la máxima aspiración de Sánchez-Iglesias, a saber, hacer irreversible este Gobierno, o sea, convertirlo en un régimen político donde la Oposición solo tenga un valor decorativo. No se trata únicamente de mantenerse en el poder, sino de poner en práctica todos los mecanismos para hacer posible dicha irreversibilidad. Son múltiples los instrumentos para hacer de este gobierno un régimen. Citemos, a título de ejemplo, el anuncio que hizo hace ya más de una semana el ministro de Justicia, poco más o menos que "convocar" una Asamblea Constituyente para llevar a cabo reformas constitucionales, que abran la vía a la liquidación del sistema actual, o sea, a la liquidación de la independencia de los poderes y en particular del Poder Judicial, la manipulación electoral, el progresivo control de los medios de comunicación sin tener que recurrir a los métodos de la censura explícita y la neutralización de la Oposición.

Nadie crea que es fácil estudiar este asunto del populismo en general, y el de Sánchez-Iglesias en particular. En España estamos muy lejos de haber llegado a tesis serias que puedan combatirlo. Mientras escribo esta crónica, mi amigo Luis Montes me escribe, desde el centro del infierno venezolano, para recordarme que no deje de leer el último libro de un discípulo de Claude Lefort, quien yo considero el mejor filósofo francés de la política del siglo XX, si dejo aparte a Aron y Revel. En verdad, Pierre Rosanvallon ha hecho un gran esfuerzo con su Le siécle du populisme (Seuil, 2020) por entender los populismos de nuestra época. Tengo bastantes objeciones a esta obra, por ejemplo, colocar en un mismo plano a los llamados populismos de izquierda y populismos de derecha, pero debo reconocer que, en medio de una abrumadora cantidad de publicaciones sobre esta cuestión, es un oasis de inteligencia.

Me insiste mi corresponsal venezolano que este libro, junto a los de Jean-Werner Müller (¿Qué es el populismo?, Granos de Sal, 2017) y Nadia Urbinati, Me the people, (Harvard University Press, 2019), contiene alguna idea-fuerza para defender la democracia liberal. Sin duda. Para empezar los tres autores se cuidan de presentar una visión simplista del populismo y no lo consideran un elemento extraño a la democracia. El populismo forma parte de ella, es su sombra. Tanto Müller como Urbinati y Rosanvallon hacen referencia a la obra de Claude Lefort, quien mejor que nadie nos ha enseñado, en la tradición de Hannah Arendt, que es imposible estudiar la democracia sin su sombra, el totalitarismo. Es evidente que todos los populismos, y muy especialmente el español, contienen un componente totalitario, que o lo extirpamos o nos conduce al abismo; aunque no todo populismo, dicho sea en honor a la verdad, tiene forzosamente como resultado una dictadura totalitaria. En todo caso, según vengo insistiendo desde hace más de treinta años, si quisiéramos analizar el grado o la calidad democrática de nuestras instituciones, bastaría con aplicar la siguiente fórmula: cuanto más se distinga el poder político del poder judicial y del poder del saber, más democracia tenemos. También podríamos expresarlo con la otra cara de la democracia, es decir, una sociedad será más totalitaria, cuanto más se identifique el poder de la sabiduría con el del derecho y, finalmente, con lo dictado por el poder político.

Si aplicáramos esa sencilla fórmula para analizar el comportamiento del gobierno de España, durante estos 98 días de estado de alarma, fácilmente concluiríamos que hemos vivido encerrados en algo peor que un estado de excepción… La confusión entre el poder político, el jurídico y el intelectual ha sido total durante estos tres meses. ¿Para qué hablar del comportamiento cobarde y entreguista de los científicos al servicio del Gobierno, o del Tribunal Constitucional ante el recurso de Vox para detener el estado de alarma, o la jueza que imputa a un político sobre el 8-M para archivar a renglón seguido la denuncia penal?…

En fin, la última intervención de Sánchez en el Congreso de los Diputados mostró con rotundidad algunas notas para definir el populismo, entre las que destacaría, las siguientes: el gobierno de Sánchez-Iglesias es irreversible, todos los adversarios políticos serán tratados como enemigos irreconciliables, y, finalmente, no se trata de defender una posición, la del Gobierno, sino la demonización absoluta del adversario político. Oposición de la Oposición es la tarea prioritaria del Gobierno. Sin apenas pestañear dicen Sánchez-Iglesias que la culpas de las muertes en Madrid, pronto dirán en toda España, por la Covid-19 las tiene el PP. Sin comentarios.

Sánchez es, después de la nefasta gestión de la epidemia de la covid-19, un espejo en el que pueden mirarse todos los aspirantes a perpetuarse en el poder teniendo a la mentira como divisa, o mejor, todo gobierno populista tiene la obligación de crear tanto ruido que nadie sea capaz de distinguir la verdad de la mentira, o peor, los hechos y las opiniones son equivalentes.

Jueves, 18 de junio de 2020.

¿Por qué no te callas?

Sánchez no para quieto un instante. Es el máximo exponente de la inquietud política. Asusta. Habla a todas horas sin parar. Es pura acción. Quiere inundarlo todo con su palabrería. No importa la escasa enjundia de su "discurso", la nula "argumentación" o el simple "razonamiento" y engarce de unas frases con otras, porque lo decisivo no es el contenido, sino su función de mero pretexto para hablar. Actuar. La acción política es total. Totalitaria. No importa qué cosa diga. Tampoco le preocupa elegir el canal o medio adecuado para sus mostrencas alocuciones. La brutalidad del objetivo es obvia: salir en la pantalla de la tele y estar a todas horas en los medios de comunicación. Hablar, hablar y hablar, sin que nadie le diga, como hiciera Juan Carlos I con Hugo Chávez en una cumbre iberoamericana, "¿por qué no te callas?".

Creo que mientras en España no aparezca alguien con autoridad intelectual y política que le diga, por favor, cállese, no habrá democracia. Política rigurosa y seria. Sánchez sabe bien que la única forma de mantenerse en el poder es pervirtiendo el espacio público con acciones irreversibles, radicalizando las posiciones de los adversarios políticos e imponiendo un orden de creencias tan irracionales que nadie distinga, repitámoslo hasta el cansancio, un hecho de un argumento. La clave para llevar a cabo este brutal programa no es otra que mantener la iniciativa sobre todos y contra todos. Y creo que lo está consiguiendo. Su autoritaria pulsión lo lleva a ocupar todos los espacios políticos y privados. Los miembros de su gobierno lo imitan con cierto éxito. Iglesias, Montero, Simón, Illa, etcétera tienden a ocupar todos los medios de comunicación sin importarles la coherencia y, sobre todo, el contraste entre lo dicho y los datos objetivos.

Por ese camino no existe forma humana de compartir hechos, realidades tangibles, para iniciar una conversación elemental. El diálogo es casi imposible con un gobierno populista, porque impone continuamente una "lógica" totalitaria basada en la inseparabilidad de hechos y opiniones. Da igual que los periodistas pregunten mil veces por un dato, algo fácilmente contrastable, a un miembro del gobierno, porque jamás responderá. Todos ellos se esconden detrás de un "orden" de creencias, organizadora de "juicios" y prejuicios, que hace poco menos que imposible un debate elemental. Es un escándalo la palabrería de la señora portavoz del Gobierno, o el susurro falso y engañoso de Illa, o la prosodia de la señora Celáa para no decir nada… ¿Nada? Nada, no; salvo que el Gobierno es genial y la Oposición, basura, Sánchez y los suyos utilizan la palabra, el "discurso", para ocultar los hechos, o peor, disolverlos en paparruchadas sobre los "nuestros" y los "otros".

Preguntas sencillas jamás tendrán respuestas. ¿Cuántos muertos por la Covid-19? Nunca lo sabremos con exactitud, naturalmente, si eso depende del criterio del Gobierno. ¿Cómo resolverá el asunto de los ERTE? ¡Quién sabe! ¿Quién gestionará los rebrotes de la Covid-19? El Gobierno no. ¿El control de fronteras para la entrada de turistas correrá a cargo del gobierno de España o de los gobiernos de las comunidades autónomas?, ¿cuáles son las responsabilidad del Ministerio de Educación en el regreso de los niños a los colegios?, ¿estamos en un proceso político constituyente? Sí y no, dirán Sánchez-Iglesias. ¿Pactará los presupuestos con C´s o con los separatistas vascos y catalanes? Depende… Y así sumen y sigan. Para el gobierno de Sánchez-Iglesias tiende a desaparecer, reitero, las distinciones más elementales para iniciar una conversación de carácter político. Hechos y opiniones son equivalentes.

Viernes, 19 de Junio de 2020.

Respuesta sencilla a una pregunta.

Detrás de todo ese conjunto de enredos, fullerías y trampas del gobierno de España, detrás de esa terrible inseparabilidad de discutibles argumentos y datos objetivos, se pretende negar cualquier cosa que pudiera aproximarnos a un debate racional. Nada debe compartirse. No hay nada que discutir. El adversario es un enemigo. Alguien al que debemos odiar. El populismo de este gobierno está llevando hasta sus últimas consecuencias intelectuales y morales la politización generalizada de los populismos contemporáneos. Parece de libro. La sentimentalización de las conductas y el odio al adversario prevalecen sobre cualquier posibilidad de diálogo o análisis mínimamente contrastable con los hecho. El comportamiento de este Gobierno se sitúa en las antípodas del sentido común de cualquier ciudadano de a píe. Nada que ver con las respuestas que obtendremos de un español normal, cuando le preguntamos qué ha hecho mal el gobierno de Sánchez. He aquí la respuesta clara de mi amigo Julián González Lázaro, un extraordinario pedagogo, cuando a mediado de abril yo le pedía que me resumiese las errores del Gobierno para combatir la epidemia de la Covid-19 :

  • Improvisación y engañó a la población.
  • Teniendo los antecedentes de China y aún más próximo de Italia, nadie hizo gestiones para proveerse de equipos de protección para los sanitarios y sobretodo mascarillas para la población ( al parecer todos los chinos con mascarillas lo hacían por estética)
  • Luego la continua y casi ofensiva ocultación de datos reales sobre fallecimientos, que continúa hoy día.
  • La ínfima importancia concedida a la enfermedad, como si fuera una gripe (cuando ya se rebasaban los 2000 muertos en Italia).
  • Desbordamiento de un gobierno incapaz de adoptar medidas de protección adecuadas a la gravedad de la situación.

Concluía Julián González Lázaro diciendo que se necesitaban muchas páginas para describir el descalabro producido en el país, sobre todo, en el dolor provocado por los miles de fallecimientos y el desmoronamiento del tejido industrial. Tardaremos años en recuperarnos de tanta desidia y lamentablemente nunca podremos consolar a las familias que han perdido uno o varios miembros, si tan siquiera haberles podido dar un entierro digno ni un funeral. Las personas decentes no sólo dicen su verdad, sino que tratan de hablar con veracidad, o sea, se esfuerzan por no caer en la mentira, el fundamentalismo, la frivolidad y la vacuidad.

Y, además, los ciudadanos de a pie, a diferencia del gobierno, tratan de seguir pensando y revisando lo pensado y dicho. Es el caso de mi amigo Julián, quien, quizá insatisfecho con lo escrito más arriba, revisó sus posiciones y las afianzó con la siguiente síntesis. La raíz de los errores de Sánchez en la gestión de la enfermedad de la Covid-19 tienen que ver con su tendencia a la mentira: 1. Sánchez, cuando incluyó a Podemos en el gobierno, mintió. Hizo lo contrario a lo que dijo antes de las elecciones. 2. Blanqueó a Bildu, como si fuera un partido demócrata, volvió a mentir. 3. Permitió la manifestación 8-M, cuando sabía desde enero el peligro del coronavirus. 4. Control de la Justicia, con el nombramiento de la Fiscal (famosa por el insulto a Marlaska). 5. Control medios de comunicación TV. (les entrego 15 millones). 6. Comprar muy tarde y falso material sanitario. 7. No surtir de material sanitario al personal de Hospitales, Residencias, Orden público… 8. No hacer test a Sanitarios. 9. Ocultación de datos reales de fallecimientos. 10. Muy poca sensibilidad ante los fallecidos (no declarando días de luto, banderas a media asta, o crespón negro o incluso una corbata negra). 11.No defender al Rey ante los ataques de Podemos. 12. No contar con la Oposición para nada.

Y, sin embargo, las encuestas, dicen que este gobierno saldrá ileso de este proceso, porque ha conseguido por vía de la propaganda populista que los buenos sean los malos y al revés… ¡Qué horror de sociedad! ¿Está venciendo el populismo de Sánchez-Iglesias a las tendencias democráticas de nuestra pobre sociedad civil? Me temo lo peor.

Sábado, 20 de junio de 2020.

Democratura

Los estudiosos de la política contemporánea de origen francés han creado varios términos para analizar ese estado de confusión, a todas luces, autoritario, que el gobierno de Sánchez-Iglesias ha implantando en España. Una de esas nociones, que está haciendo fortuna en el mundo, es el de democrature, cuya traducción sería "democratura", que vendría a ser, dicho en castizo, el ejercicio del poder de los caras-duras en un débil sistema político como el español. Pero no nos dejemos llevar por el casticismo, porque la "democratura", vocablo feo dónde los halla, podría definir bien lo que estamos viviendo en España. Perdón por la utilización de esta palabra, que aún no ha sido aceptada por la Academia de la Lengua Española, aunque sospecho que pronto lo hará porque nuestra atildada institución es muy seguidora de Le Petit Robert, el diccionario de referencia de la lengua francesa. El término francés democrature surge de la fusión de la palabra democracia y dictadura. Califica a un régimen político, según el citado diccionario, que mezcla las apariencias democráticas y un ejercicio autoritario del poder.

El politólogo francés Pierre Rosanvallon ha popularizado el término en el libro citado más arriba para estudiar, es decir, comprender la "democradura" en la democracia, sin que se haya producido previamente una ruptura: golpe de Estado o suspensión de las instituciones ocasionadas por la declaración de un estado de emergencia (aunque en España estas dos condiciones quizá se hayan dado). La "democradura" no es un simple ‘ropaje democrático’ de un régimen dictatorial o, incluso, de los ‘regímenes híbridos’", según Rosanvallon, sino algo más grave, que puede haber venido para quedarse. En España esta acción es asistida por una Oposición que no se entera de nada, o peor, se entera de todo, pero quiere vivir cómodamente a la sombra de un Gobierno que se autopercibe como irreversible y casi eterno, polarizado y radical. Esta autopercepción es una manera feliz de definir el populismo. El órgano fundamental de esta democradura es un Gobierno que vierte todas sus energías sobre la turbina del engaño y el deseo, de la propaganda y la mentira. Toda esa fantasía es una deformación de la democracia que termina por dar su principal fruto: la ocultación de que una cosa son los hechos y otras sus interpretaciones.

Por ahí estamos condenados al autoritarismo. Exactamente es a lo que asistimos, en España, desde que se conformó el gobierno de coalición entre socialistas y comunistas. Esta tendencia a la consolidación de la "democradura" ha adquirido una velocidad de vértigo durante el Estado de Alarma por la crisis de la Covid-19. En este tiempo se han llevado a cabo operaciones políticas de gran calado. El principal objetivo de todas esas acciones no ha sido otro que disolver mecanismos decisivos de la democracia liberal, entre los que cuenta, la discusión de todas las leyes, que aquí fue sustituido por el decreto-ley. El éxito de este Gobierno ha sido tan absoluto que hoy ya puede utilizarse en España con toda certeza el término democradura, que hace tiempo obtuviera un gran éxito para analizar regímenes políticos tan despreciables como el venezolano. Sí, querido lector, ha leído bien. No me he equivocado al decir que el régimen político español no es una democracia sino una democradura

Domingo, 21 de junio de 2020.

Martín Varsavsky

He leído un sugerente artículo en este periódico de Martín Varsavsky, titulado Últimamente es más difícil ser progresista, que me ha reconciliado con la capacidad analítica de la especie humana. La inteligencia de los análisis del autor sobrepasan la media de lo que leemos en los periódicos. Repasa con cabeza, o sea, piensa Varsavsky sobre algunos acontecimientos de más o menos "rabiosa actualidad": sobre las personas transgénero, sobre Blacks Lives Matter, sobre las mujeres en la tecnología, sobre el cambio climático, sobre cómo combatir la covid-19, sobre la energía nuclear y sobre China. Comparto buena parte de sus reflexiones, aunque yo me sitúe muy lejos de sus prejuicios contra Trump, pero nada de eso tiene importancia ante el "modelo" analítico de Varsavsky, que no sólo suscribo sino que elevaría a primera condición para pensar la política de nuestro tiempo: "Seguiré pensando a mi manera y no cambiaré de opinión hasta que los datos demuestren que estoy equivocado". Eso se llama Ilustración, o mejor, pensamiento crítico, que descubrieron los griegos y ha sido la base de "Occidente", pero que está puesto en cuestión por el salvajismo populista. El amigo Varsavsky contrasta, en efecto, los argumentos con los datos reales, o sea, piensa de modo opuesto populismo totalitario; aunque en verdad el populismo no piensa sino que hace propaganda para confundir los hechos con las opiniones.

En España

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