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Agapito Maestre

El orgullo de Camps

Entre el plagio y la repetición, entre la literatura y la naturaleza, la memoria escribe con pensativo sentir acerca del carácter enigmático del tiempo político. ¿O acaso no es un enigma que pocos imitarán la conducta de Camps?

Contrasta el orgullo de Camps con el silencio de Rajoy. El orgullo es un pecado propio de sociedades aristocráticas, pero, a veces, se escenifica en las sociedades democráticas. Es lo que ha pasado en el acto de la despedida de Camps del poder. El discurso de su adiós es una pieza política para el análisis literario y filosófico. Independientemente de la valoración ideológica que nos merezca este acto, nadie negará que Camps se ha marchado con orgullo. El final de su discurso se parecía al reproche que Aquiles, en la Iliada, le hacía a su ejército: "Me habéis ofendido. Me marcho, adiós, desaparezco. Vuestro castigo será mi ausencia".

Aunque en las sociedades democráticas las ausencias apenas se notan, Camps apeló a ella para mostrar algo más que su herido orgullo, su honradez, que tendrán que ser confirmada o, quizá, cuestionada por un tribunal de justicia. Cualquiera sea la manera que se intérprete esta despedida de Camps del poder, uno no puede dejar de tener la sensación de que, hoy como ayer, no hay razón sin delirio. He ahí, otra vez, la única continuidad visible que pueda establecerse en la vida española: el anhelo y la nostalgia, la entrega y el despego, la búsqueda y el refugio de mesura e inteligencia a través de las formas más extremas del comportamiento humano. ¡Hasta en el delirio, en el disparate, en el esperpento y en el exabrupto hay ansias de inteligencia y restos de mesura!

Lo cierto es que, hoy, la dimisión de Camps es ya memoria y olvido. Vale la pena repetir que entre las risas de los vencedores y los sollozos de los vencidos, entre alborozos y lamentos, la memoria canta con silencio sonoro que el tiempo también es olvido. Y, a veces, con alevosa dejadez la memoria transforma el paso del tiempo en recuerdo (verbo sagrado para quienes viven preocupados por el desvanecimiento de la memoria del idioma) para las generaciones futuras. Quizá sea una esperanza al revés, pero el recuerdo es sobre todo un aroma, un color, un sonido, un "tocar" el fresco despertar de una especie de placer matinal.

Rescatar la pasada realidad, verdadera o falsa, al hilo del trueno de la actualidad, de ese vivir instalado en el instante animal, es la tarea prometeica del recuerdo. ¡Un esfuerzo sin final! Tan imposible es una memoria melancólica sin ironía como un nostálgico recuerdo sin escepticismo. Melancolía irónica y nostalgia escéptica son las principales figuras del recuerdo, de ese cronista del pasado, que atrapado en el presente necesita arrebatarle al olvido lo que nos pertenece para acaso vislumbrar el futuro, esa exactitud acerca de lo impreciso.

Entre el plagio y la repetición, entre la literatura y la naturaleza, la memoria escribe con pensativo sentir acerca del carácter enigmático del tiempo político. ¿O acaso no es un enigma que pocos imitarán la conducta de Camps? ¿Cuántos socialistas seguirán la conducta de Camps? Sospecho lo peor. El enigma ha desaparecido.

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