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Agapito Maestre

El pueblo en la calle

Muchos deseaban que el sábado fracasase la manifestación, pero algunos, especialmente los editores, esperaban que las cifras de asistencia fuera menores que las anteriores. Muchos creían que las víctimas, el pueblo, se desinflarían. Erraron.

Millón y medio de personas en la calle silencian cualquier comentario adverso sobre la convocatoria de las víctimas del terrorismo contra la política de Zapatero. Nadie puede manipular esa realidad con éxito. Por eso, sencillamente, resultan ridículos los datos de la Delegación del Gobierno en Madrid, o las cifras de El País, o los eufemismos de otros periódicos al hablar de una "inmensa multitud", etcétera. Todas esas expresiones y cifras suenan a huecas. Mentiras. Son falsificaciones, engaños, que legitiman aún más al pueblo que salió el sábado a la calle.

Hay, además, una realidad tan relevante como la anterior. Una realidad que eleva a las víctimas a una categoría política muy por encima de la media de la política institucional y de la opinión pública. Me refiero a la presencia de las víctimas en el tejido democrático. Las víctimas, la historia de las víctimas, se han convertido definitivamente en la referencia política con mayúscula de esta débil y tambaleante democracia. Sí, las víctimas, como categoría política, han conseguido superar la visión estrecha que tienen de la democracia tanto el Gobierno como los grandes editores de España. Sí, las víctimas han conseguido romper definitivamente el cerco de la compasión y la piedad, que les había sido impuesto por la política institucional y los grandes medios de comunicación. La frialdad de los grandes medios de comunicación ante las víctimas del terrorismo ha sido destrozada por la convocatoria de tres grandes manifestaciones en el último año. Muchos deseaban que el sábado fracasase la manifestación, pero algunos, especialmente los editores, esperaban que las cifras de asistencia fuera menores que las anteriores. Muchos creían que las víctimas, el pueblo, se desinflarían. Erraron.

Ese error se convertirá para algunos en una pesadilla. Se convertirá en la obsesión de la gente que despreció a las víctimas, al pueblo. Nadie pondrá en duda ya las tres manifestaciones de la AVT. Las tres significaron un progreso en la conciencia democrática de España. La segunda manifestación, como recordarán, fue más grande que la primera y la tercera aún más que la segunda. Eso es todo. Eso es lo que retendrán los "cebrianes" y compañía. El dato es innegable. Tampoco podrá ocultarse que Alcaraz, el presidente de la AVT, sin el respaldo de los grandes editores de periódicos y televisiones, ha conseguido dirigirse a más de un millón y medio de personas. Tiene que ser terrible ese dato para los endiosados editores que creen que sólo ellos pueden movilizar.

Quizá, por eso, porque Alcaraz ha sabido distinguir al pueblo del populacho, la gran pregunta democrática del futuro será la siguiente: ¿estuviste en la manifestación del sábado a favor de las víctimas? Esta es la gran pregunta, la cuestión genuinamente democrática, que se hacen ya en toda Europa, en el mundo democrático, para saber cuáles son las tendencias políticas dominantes en España.

Mal, o sea sin legitimidad política, tiene que estar Zapatero y su Gobierno ante la manifestación del sábado, pero peor, muchísimo peor, tienen que estar los editores de grandes medios de comunicación por la frialdad y distancia con que han tratado siempre a las víctimas. Por lo tanto, la desconsideración de las víctimas como agentes políticos claves del desarrollo de la democracia es rectificada con rapidez por la prensa de España o pronto esos medios de comunicación quedarán tan deslegitimados como el Gobierno. ¡Tiene que ser un espectáculo horrible para un periodista de El País, pongamos como ejemplo a su Consejero Delegado, ocultar a un millón y medio de personas! ¡No menos triste tiene que ser para otro director de medio excusar su presencia en la manifestación porque va a recoger un premio!

En fin, el éxito del sábado de la AVT ha puesto en cuestión a los grandes editores. Su fracaso es una prolongación del fracaso del Gobierno. Unos y otro han tratado despóticamente a las víctimas. Jamás creyeron que fueran un agente decisivo de la democracia. Por fortuna, el sábado quedó claro que las víctimas, las historias de las víctimas, son la Política con mayúscula de la frágil democracia española.

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