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Agapito Maestre

El Real Vacío

Tanto disgusto provocaron los tópicos de Juan Carlos I que muchos españoles cambiaron de canal, o peor, juraron en arameo mientras duró la cosa televisiva.

El mensaje de Navidad del Rey fue otra batalla perdida de la monarquía parlamentaria. La altura democrática, realista y sincera del discurso brilló por su ausencia. El monarca se entregó a los socialistas. Pero la prensa y los partidos políticos mantuvieron, sin entrar en mayores sutilezas democráticas, que el discurso anual del Rey fue realista. Por el contrario, el ciudadano medio con un leve sentido común escuchó la perorata real con reticencia, como si la cosa no fuera con él; más aún, a la mayoría de los que todavía conservan un cierto olfato político le sonaba toda aquella palabrería a las atrabiliarias "buenas intenciones" de las soflamas de Zapatero.

Las palabras del Rey fueron tan irreales como falsificadoras del proceso de destrucción del Estado-nación sobre el que vivimos los españoles. Tanto disgusto provocaron los tópicos de Juan Carlos I que muchos españoles cambiaron de canal, o peor, juraron en arameo mientras duró la cosa televisiva. El mensaje de Navidad fue otra constatación de que las ilusiones de los españoles se han esfumado. El tiempo de Juan Carlos I, saturado de engaños secesionistas y socialistas, nos atenacea entre sus brazos. Los españoles llegan contristados a este final de año. Quizá de época y de nación. Ya no hay nada que hacer. El infortunio es cierto. Así viven los españoles estas fiestas. Sin futuro.

El designio colectivo de los españoles ha desaparecido, mientras el destino personal se balancea entre el querer irracional de la sangre y la huida nihilista al desbordado placer. La ruina moral de una sociedad lo preside todo. No se trata de optimismo o pesimismo en nuestras instituciones sociales y políticas. Esa alternativa moral pasó. Su tiempo está acabado. Vivimos sin alternativas, o sea, en peores circunstancias que ayer. Confiar más o menos en las instituciones políticas y sociales es sólo un pasajero recuerdo de un tiempo pasado. Muerto. La desconfianza está presente en todo lo que hacemos.

La desconfianza de los ciudadanos en sus instituciones políticas preside la agonía de un "modelo" político, social y, sobre todo, moral que ha devenido un desastre. Eso es lo único real para los españoles. El resto es añadido, incluido el discurso del Rey. Todo es reflejo de esa agonía. De la decadencia no se salva nadie, por eso, en el mejor de los casos, las pláticas del monarca sólo pueden considerarse como placebos para ocultar lo real, sí, para engañarnos de que hemos llegado al final, allí donde la esperanza no se cumple. Obsoleta la Constitución y periclitado el Estado-nación, sólo los inmorales y los necios pueden mantener que el discurso del Rey el día de Nochebuena fue realista.

Pero, en verdad, ni siquiera fue retórico. Ojalá. Ese discurso no tenía alma. Carecía de autenticidad. Su voz resonó en la soledad de los españoles, turbando el sosiego, el silencio sedante, que ansiaban en esa noche. Cuando el Rey citó casi textualmente la ley de "economía sostenible" del Gobierno, la suerte estaba echada. Ya la batalla estaba perdida o, si así les parece, ganada. Los socialitas volvieron a ganar. El Rey está en sus manos. ¡Y los del PP recogiendo el guante del consenso! ¿Qué entenderá esta gente por consenso?

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