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Agapito Maestre

El revisionismo ante las víctimas

En verdad, la palabra moral, consenso, diálogo y todas las que ellas limitan y complementan, así respeto y comprensión por el otro, son voces vacías para engañar a posibles interlocutores

Había terminado de escribir un artículo sobre el terror en España, o mejor, sobre la maldad que yo veía en unas declaraciones sobre las víctimas del terrorismo, cuando me percaté de que había utilizado a tres grandiosos autores para comprender la vida pública aquí y ahora, pero, sobre todo, me habían ayudado a cuestionar la horrible doctrina revisionista sobre las víctimas que han comenzado a difundir Rodríguez Zapatero y los separatistas catalanes. Arendt, Nietzsche y Aristóteles han sido mis acompañantes, mis guías, para rechazar la malvada interpretación revisionista de las víctimas.
 
Permítanme que les recuerde lo escrito en la edición andaluza de El Mundo, valiéndome del concepto arendtiano de “banalidad del mal”, para después justificar que Nietzsche y Aristóteles aún son imprescindibles para entender la maldad que hay detrás del intento del Gobierno por negociar con ETA.
 
 “Cosas graves están sucediendo en el ámbito de la vida pública, cuando tenemos que recurrir a la ética, o mejor a la carencia de moralidad, para analizar las declaraciones de los políticos. Dos expresiones me asombraron la semana pasada. Nada más oírlas me dejaron fuera de juego, pero lo agradecí en cuanto me repuse. Si quieren repetir mi experiencia, les aconsejo que lean y reparen unos minutos en esas dos frases. Seguramente, verán la maldad. Yo también la vi. Fueron dichas por dos personas distintas, pero la maldad era idéntica. Aunque dura es su imagen, agradezco su visión, porque me ayudará a no engañarme sobre la personalidad de nuestros gobernantes.
 
Sí, sin duda, es recomendable ver la maldad para que nadie se llame a engaño. Normalmente convivimos con maldades, pero pocas veces conseguimos ver la maldad. Los españoles, sin embargo, tenemos la oportunidad de verla repasando las intervenciones sobre las víctimas del terrorismo de Rodríguez Zapatero. Entre todas ellas, pasará a la historia de la infamia la emitida en el Senado. Aunque fue la semana pasada cuando lo dijo, nadie olvidará, especialmente las víctimas del terrorismo, la expresión: “Trágicamente no podemos conocer la última voluntad de las víctimas del terrorismo.” Fue, insisto, idéntica o casi del mismo tenor, que la depuesta por un independentista catalán: “La política es para los vivos”.
 
La primera vez que oí estas frases pensé que limitaban la condición de víctimas a los muertos. Pero al poco tiempo reparé que la cosa era más grave, pues, en realidad, estaban negando a las víctimas. Las frases recuerdan el argumento utilizado por los revisionistas nazis del holocausto. Para negar el horror de las cámaras de gas nada mejor que negar la existencia de las víctimas. Éstas son las únicas que pueden dar testimonio de lo sucedido, o sea, únicamente los muertos pueden hablar, pero, como es obvio que no pueden hablar, luego nadie puede dar testimonio. En fin, si sólo se acepta el testimonio, como dice Rodríguez Zapatero, de alguien que no lo puede dar, entonces no hay cuestión. Terrible. Ya no se trata de la reducción de víctimas a los muertos sino de negarlas. Los lisiados físicos y anímicos, los heridos, los lesionados del alma, los familiares, los ciudadanos asustados, todos aterrorizados por ETA, no son nada. Y, por supuesto, nada son los muertos, porque “no podemos conocer su última voluntad.” La deriva, casi inevitable, de la argumentación torpe de los revisionistas españoles sobre las víctimas del terrorismo hacia la maldad es tan evidente como dramática, que no se convierta en trágica dependerá mucho de que nos tomemos en serio la “banalidad del mal”. Quien no acepte que los revisionistas españoles de las víctimas de ETA, Rodríguez Zapatero y el separatista catalán, porque son torpes en su pensamiento también son malvados, estará contribuyendo a la tragedia de España.”
 
Si Arendt no consigue ayudarnos a ver la maldad del revisionismo de esas dos frases, tenemos que recurrir a Nietzsche para que nos muestre que estos dos hombres al decir eso son muy humanos, demasiado humanos. Son peores que inmorales. Son malvados. Releo las frases y corro a buscar un libro de Nietzsche para “comprender”, en realidad digerir, estas barbaridades. Nadie mejor que Nietzsche para ayudarnos a comprender el resentimiento, el odio, que dirige todas las acciones y discursos del hombre inmoral. Nadie mejor que el autor alemán para ver que el “no” de Rodríguez Zapatero a las víctimas, incluso el negarse a reconocerlas como víctimas, surge del resentimiento que le impide una verdadera reacción, una genuina acción moral, ante el dolor de las víctimas del pasado y del presente.
 
Sólo una venganza imaginaria parece satisfacerle a quien no quiere ver víctimas, a quien no es capaz de detenerse, pararse o mirar con reposo, con verdadera “con-pasión”, a una víctima, un muerto, un cuerpo mutilado, un alma rota, en fin, una vida lesionada. Quien para actuar necesita negar al otro es malvado o nada. En efecto, tan perversa como la maldad, la estulticia que deriva inevitablemente en mal, es la nada, pues quien nada es, quien no halla en sí mismo un momento de respeto, de ver con reposo el poder vivir en la inercia de uno mismo, tiene que estar en movimiento perpetuo contra el que vive de su afirmación. Aristóteles caracterizó con perfección al “hombre nada” como hombre malo. Éste tiene el gusto de cambiar sin cesar, porque no halla en sí mismo un momento de placer, de inercia simple y pura.
 
Y porque nada es, ni siquiera tiene imperfecciones, nada tiene que corregir. Es un “perfecto” inmoral. Por ejemplo, cuando logra fijar una posición sobre una palabra, casi al instante, la cambiará por otra, porque desconoce su valor. En verdad, la palabra moral, consenso, diálogo y todas las que ellas limitan y complementan, así respeto y comprensión por el otro, son voces vacías para engañar a posibles interlocutores. Es la técnica que el hombre malo de Aristóteles utiliza hoy para mutar permanentemente. Es la principal argucia para no tener que fijar jamás un criterio. Nada es sólido en él, pero de su propia “nada”, de su defecto, pretende hacer virtud. Habla de diálogo, tolerancia e introduce dudas e indecisiones, allí donde cualquier persona decente sólo ve certidumbres. Cuando el ciudadano normal reconoce que no puede negociarse con los asesinos, el hombre que “tiene el gusto de cambiar sin cesar”, perpetuamente, habla de voluntad de cambio de los asesinos. La vida para este tipo de gentes nunca está en vilo, haciéndose y rehaciéndose, sino fija e inerte para que él pueda moverse por ella a su antojo.
 
En fin, alguien que tiene que estar en movimiento perpetuo, porque no halla en sí mismo un momento de reposo, de afirmación, es un peligro para la convivencia ciudadana, o sea, para el respeto a todo aquello que en las sociedades desarrolladas trata de dar estabilidad y reposo a las imperfecciones humanas.

En España

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