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Agapito Maestre

El vértigo de la democracia

El acontecimiento político del Congreso del PP lo ha ofrecido Aznar (...) es la señal que debe seguir Rajoy. No hay otra para llegar a la Moncloa.

Mi amiga disfrutó el domingo por la mañana. También yo vi la grandeza de unas palabras oídas por la radio. Más tarde, mi amiga, inteligente y sagaz, que estuvo presente, me lo ha contado con todo lujo de detalles.  Los videos, los tiempos, los discursitos de acompañamiento, las reuniones a puerta cerrada, los colores de la sala, los navajazos entre líderes y compromisarios, en fin, toda la parafernalia de un Congreso político desapareció ante la palabra bien dicha y mejor argumentada. Mi amiga estaba asistiendo a una acto tan grandioso como evanescente. Un discurso sobre la libertad era el feliz hallazgo de un hombre retirado del poder, no de la política. Por unos instantes fue consciente de la fragilidad humana. Asistía a un fenómeno público a la par que bello. Mi amiga vio sobre la tribuna a un político de verdad, a un hombre de Estado, y recordó los versos de Auden: “Los rostros privados / en lugares públicos / son más bellos y sabios / que los rostros públicos / en lugares privados”.
 
Después del discurso de Aznar nada tenía importancia. Todo era menor. Los asistentes salían del aforo, los dirigentes estaban perplejos y los turiferarios del centrismo mojigato estaban estupefactos. El centrismo de feria de los medios de comunicación quedaba en ridículo. Habían sido descubiertos. Su renuncia a formar una opinión pública política madura y responsable había sido denunciada por el discurso de Aznar. La expresión crítica política era inédita en su ideario profesional. El acontecimiento político del Congreso del PP lo ha ofrecido Aznar. Cientos de seres humanos desfilando hacia la calle, buscando a sus conciudadanos para contarles lo que habían oído, es la señal que debe seguir Rajoy. No hay otra para llegar a la Moncloa.
 
El acontecimiento democrático de España ha sido el discurso de Aznar. La forma y el fondo del discurso ha dado un nuevo impulso a la política española. El empaque es todo. Aznar ha zarandeado la coalición de intereses entre medios de comunicación y el PSOE, seguramente la más potente coalición que ha habido nunca en España entre intereses financieros y políticos, que ha conseguido anestesiar a más de diez millones de votantes para que no sientan el dolor de no ser ciudadanos. Se conforman con ser clientes de una opción ideológica sin otro objetivo: que llenar la andorga. Ese es el principal problema de la izquierda española. Dar de comer. La libertad no les importa nada, excepto si es para conseguir unos pocos votos. Todo es ideología. Falsificación. Su “discurso” nada tiene que ver con la realidad, excepto para que el ciudadano se rebaje a cliente.
 
Aznar ha contestado de modo contundente y democrático a esa falsificación de la democracia con la categoría fundamental de la política: la libertad. Sí, en efecto, el discurso de la libertad, que siguen millones de seres humanos en el mundo, es también el discurso del PP. Con esos mimbres Aznar ha desmontado, por un lado, las falsificaciones de una acción de gobierno sin otro objetivo que sembrar de resentimiento la nación española, y, por otro lado, ha puesto de manifiesto que un partido, el suyo, no puede alcanzar el poder limitándose a defender un melifluo, decadente y descerebrado centrismo político. Este es el fenómeno que debe analizarse sin prisas y con prudencia.
 
En fin, Aznar ha marcado la agenda política de España: Democracia o clientelismo totalitario. Rajoy sigue la estela de Aznar y sus bases o desaparece. Gallardón, pobre, otra vez ha sido reducido a una  anécdota.
 

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