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Agapito Maestre

Elecciones en los bares

Pocas veces, como en esta campaña electoral, tenemos la sensación de que el régimen político está muerto. O peor, es un basurero.

El país está en ruinas. La nación no existe. El Estado está en bancarrota. Y yo me estoy tomando una caña en el bar de la esquina, como otros cuantos millones de españolitos. Pongo oído a las conversaciones cruzadas de los parroquianos, pero ninguno habla sobre las elecciones del 22-M. No me extraña que la gente calle, y cuando emite una opinión, naturalmente, es para descalificar a la casta política, o peor, a todos los que están en la mamandurria institucional.

No basta, sin embargo, con ironizar sobre lo mentiroso que es Zapatero, o lo cansino y pelma que puede llegar a ser Rajoy; es necesario que indaguemos en la novedad de este proceso por si acaso pudiera sernos de utilidad pública en los próximos meses. No comparto el parecer de muchos periodistas que ironizan sobre lo inservible de esta campaña, es decir, los políticos no consiguen ilustrarnos sobre sus programas, tampoco debaten sobre los problemas reales de España y, en fin, esto más parece un ritual malo que una manera de determinar nuestra vida en común.

Quizá todo eso tenga un punto de verdad. Pero, ay, de la campaña electoral, aunque pase de ella la mayoría del personal, es menester hablar, pues que en política nunca se sabe qué puede pasar exactamente de un día para otro. En 1931 se votaba para elegir alcaldes y salió una República. Ya sé, ya sé que no es el caso, porque ahora la cuestión es aún más oscura, porque nadie sabe, o mejor, nadie quiere saber cuánto tiempo de supervivencia le queda a este régimen político mortecino. En cualquier caso, tenemos que preguntarnos sobre las novedades de esta campaña electoral. Eludirla con los tópicos elementales del periodismo nihilista es fácil, pero poco inteligente, casi ridículo, porque cae en lo que crítica, a saber, que la campaña no sirve para nada.

Y claro que de esta campaña también se pueden sacar conclusiones; por ejemplo, y no es pequeña, que es la primera vez en muchos años que todos los actores políticos reconocen que no sirve para nada, porque no se discute lo esencial, la ruina de España. Podría, pues, pararse todo y, mañana mismo, ir a las urnas. En tercer lugar, los insultos que se propinan los candidatos en la arena electoral han sido llevados al Parlamento, es decir, también el Parlamento ha asumido la "lógica" de la campaña del insulto. Las instituciones, lejos de alojar discusiones sobre propuestas y alternativas, son espacios para la descalificación.

En fin, pocas veces, como en esta campaña electoral, tenemos la sensación de que el régimen político está muerto. O peor, es un basurero.

En España

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