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Agapito Maestre

Entre guerras y montillas

Los del PSC son nacionalistas vergonzantes, es decir, doblemente cobardes: mientras son parásitos la nación española, intentar robar el botín que esconden las alimañas que despedazan a la nación, sus socios de Gobierno en Cataluña.

El periodismo estúpido se extraña de que José Montilla, presidente pro-secesionista de Cataluña, no haya respondido a las críticas que Alfonso Guerra, presidente de la Comisión Constitucional de un parlamento suicida, ha dirigido a la estrategia de presión del PSC sobre el Tribunal Constitucional para que declare legal el Estatuto más secesionista de la historia de España. Montilla, dicen los indocumentados de pastorear la "opinión pública", evita responder a Guerra. Falso. Montilla no comete error alguno, quien cae en las peores contradicciones de la política socialista es, sin duda alguna, Alfonso Guerra, que pretende vendernos su traición a la nación española con una defensa de boquilla, o sea, cínica de la institución más degradada de España: el Tribunal Constitucional.

¿Por qué tendría que enzarzarse Montilla, delegado de Zapatero en Cataluña, en una discusión con Guerra, delegado del mismo jefe del PSOE en el Congreso de los Diputados, sobre el Estatuto de Cataluña? Montilla desprecia a Guerra, pues que éste, una vez que le dio el visto bueno al Estatuto en el Congreso, perdió su fuerza política... Guerra ya no es nada. Un adorno ajado en el museo de las traiciones socialistas a su nación. Montilla ha superado el cinismo de Guerra y arremete contra el PP; Montilla sirve a su amo Zapatero con coherencia, honestidad, humildad e, incluso, pudor político al atacar al PP por recurrir el articulado del Estatuto ante al Tribunal Constitucional, mientras que Guerra es incoherente, deshonesto, orgulloso y sin pudor alguno a la hora de mostrar al público sus vergüenzas.

Montilla representa, sí, a un partido menor y así se comporta; por el contrario, Guerra refleja las más graves contradicciones de un partido que ha roto de modo salvaje el bien más preciado que tenía que conservar: la nación española. El Estado-nacional. El PSC es un partido secesionista sin coraje para reconocerlo. A sus dirigentes les falta tanta valentía como jindama les sobra al pensar un futuro en soledad, es decir, sin la ayuda de un González, natural de Sevilla, o un Rodríguez Zapatero de Valladolid. Los avispados del PSC intuyen su mal, pero lo ocultan haciéndose las víctimas del Estado-nación, España. Son nacionalistas vergonzantes, es decir, doblemente cobardes: mientras son parásitos la nación española, intentar robar el botín que esconden las alimañas que despedazan a la nación, sus socios de gobierno en Cataluña.

Gentes como Montilla, presidente de la Generalidad de Cataluña, o Isidre Molas, vicepresidente del Senado, no estarían en esos puestos sin Zapatero, en la presidencia del Consejo del Gobierno, ni Rojo, en la presidencia del Senado, respectivamente. Tristes ensoñaciones, pesadillas, serían Montilla y Molas sin las instituciones de España. En otras palabras, el PSC, a pesar de ser un partido diferente del PSOE, sigue siendo vicario, o peor, esclavo de los dictados del partido que gobierna España. El PSC también depende de Zapatero. Son, pues, los socialistas del PSOE quienes legalizan y "legitiman" esa cobardía estructural de los dirigentes, militantes y votantes del PSC.

Por eso, precisamente, Montilla nunca entrará en un cuerpo a cuerpo con Guerra. Tampoco éste lo hará de forma directa o con argumentaciones genuinamente políticas con los burócratas del PSC. Todos son taimados. Tribales. No se matarán entre ellos. Sobrevivirán. Todos están colocados en las empresas públicas. Sí, sí, todos seguirán arrastrándose por los lodazales socialistas, porque se sienten antes miembros de una tribu que de un partido político. La responsabilidad para esta gente es filfa ante la mera supervivencia individual. Ocultan su trivialidad tribal al ritmo que les impone un "castellano con mortaja" y unas aleves cancioncillas de Serrat y Llac. Consuelos, tristes, para conllevar la tragedia del PSC: este partidito nunca será nada sin la ayuda tribal del PSOE. El Estatuto de Cataluña, que es la principal baza política de este gris partido, no es obra del PSC sino del PSOE. De Zapatero.

¿Que dónde quedan Guerra y sus seguidores, el 90 % de los militantes del PSOE al parecer de Leguina? Dicho con la garrulería de Guerra, todos están en la estratosfera; su única dedicación es la construcción de diques lingüísticos en que cada frase, o declaración, no tenga otra función que hacernos olvidar a la anterior. La prensa obtusa, ésa que no entiende el silencio de Montilla ante las críticas de Guerra, colabora diligentemente con esa esforzada tarea de olvido: de mentir sobre la mentira.

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