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Agapito Maestre

FAES premia a Krauze

Krauze, como otros historiadores mexicanos, no han conseguido divulgar lo más importante: México no puede entenderse sin Nueva España. Sin España.

¿Quién es Enrique Krauze? Es un mexicano de origen judío, o sea, como otros millones de hispanoamericanos, tiene un origen similar al de Santa Teresa de Jesús o al de un servidor de ustedes. ¿Quién en las Españas de hoy y de ayer no tiene un pasado judío o moro? ¿Quién es, en verdad, cristiano viejo en Hispanoamérica? Nadie. Todos somos mestizos. Hispanoamericanos. Nada original decimos cuando calificamos a Krauze de origen judío. ¿Quién es entonces Enrique Krauze? Un escritor mexicano obsesionado por divulgar la vida y obra de algunos personajes de su país. Es un "historiador" de personajes relevantes de la historia de México. ¿Es eso suficiente para construir un relato creíble de la “historia” de México? Seguramente, se requiera algo más para hacer una genuina historia de México, pero, mientras llega esa gran narración, esa historia de un Estado, sin duda alguna, fallido, los libros de Krauze pueden servir para liberar a su pueblo de algunos prejuicios y falsedades sobre su pasado, presente y porvenir.

Krauze, pues, hace lo que puede, pero, seamos honesto, no ha conseguido que México pase de la mitología a la historia. En este punto, como su maestro Luis González González, no ha tenido mucho éxito, pero el fracaso no es suyo, sino de una sociedad pastoreada por un régimen revolucionario desde 1913 hasta hoy. Es difícil hacer saltar por los aires un régimen político de carácter (y siento utilizar esta palabra pero no tengo otra) totalitario, o sea, poder, saber y derecho se identifican. Se trata de un fracaso colectivo que puede objetivarse fácilmente para quien mire limpiamente la "cultura", o mejor dicho, la incultura histórica que tiene narcotizado a todo un país. Colegio Nacional, Academias de la Lengua y de la Historia, Universidades, Instituto Nacional de Bellas Artes, CONACULTA y otras tantas instituciones mexicanas de cierto prestigio académico no han conseguido un relato plausible y creíble de México. Todas han sido devoradas por el atroz nacionalismo revolucionario. Por desgracia, las palabras de Octavio Paz, escritas hace más de cuarenta años, siguen vigentes: México no tiene historia sino mitología.

Un ejemplo, y no precisamente exagerado, de esa construcción mitológica lo sigue ofreciendo el museo más visitado de México, entre los miles de museos que tiene este país. Me refiero al celebérrimo Museo de Antropología, auténtico lugar de torturas del pasado precolombino y español. Todo es falso e impostado en este lugar. Es la cámara de los horrores de México. Es el mito más terrible de México. Paz lo vio con inteligencia:

La imagen que nos ofrece el Museo de Antropología de nuestro pasado precolombino es falsa (…). Pero ¿por qué hemos buscado entre las ruinas prehispánicas el arquetipo de México? ¿Y por qué ese arquetipo tiene que ser precisamente azteca y no maya o zapoteca o tarasco u otomí? Mi respuesta a estas preguntas no agradará a muchos: los verdaderos herederos de los asesinos del mundo prehispánico no son los españoles peninsulares sino nosotros, los mexicanos que hablamos castellano, seamos criollo, mestizo o indios.

Krauze, como otros dignos historiadores mexicanos de nuestra época, no han conseguido divulgar lo más importante: México no puede entenderse sin Nueva España. Sin España. El nacionalismo mexicano es, en efecto, el cáncer más grande de México. No hay, pues, otra solución que volver al más grande educador del México: José Vasconcelos y reconocer su mayor aportación a la cultura mexicana, a saber, sin el pasado hispánico México no es. También Octavio Paz, el maestro y amigo de Krauze, lo ha visto con rigor:

Vasconcelos ve en los siglos XVII y XVIII una época de madurez, un mediodía histórico. (Creo que no se equivocaba: son los dos grandes siglos mexicanos.) Durante esos doscientos años el genio criollo logró crear una sociedad civilizada (…) que no podemos comparar con nada o casi nada de lo que hemos hecho después: paz en el interior y capacidad defensiva en el exterior, una economía próspera, un sistema de equilibrio de poderes, un régimen de jurisdicciones especiales, una gran arquitectura, una literatura, una historiografía y los comienzos de una tradición científica –en fin y sobre todo: un pueblo unido y regido por valores religiosos que eran asimismo valores morales, estético y políticos. Desde esta perspectiva, la historia moderna de nuestro país, de la Independencia a la Revolución, es la de una caída, en todo los sentidos de la palabra.

En fin, esperemos que este premio de FAES a Enrique Krauze, un liberal de sangre roja que no ha tenido miedo a coquetear con la revolución, le sirva de estímulo para seguir construyendo una obra, en mi opinión, relevante para detener la caída de México que diagnosticó Octavio Paz en 1976. Por otro lado, debemos aplaudir a FAES, porque premia a un autor que es ameno y hace un tipo de historia que llega a todos, quizá porque aprendiera a escribir leyendo a Ortega y al gran Alfonso Reyes.




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