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Agapito Maestre

Inmoralidad ambiente

Porque sin pasión no hay política, me cuento entre quienes creen que la moral está incluida en el asunto prioritario de nuestra incumbencia, el problema político, el de la convivencia entre los hombres.

La imagen de los subsaharianos en el avión fletado por el Gobierno para trasladarlos desde las Islas Canarias a la península es un mundo lleno de angustias y una esperanza. La imagen es un tratado entero de sociología de la moral. Un retrato en sepia de la inmoralidad del Gobierno de España. Sí, otra vez, es necesario hablar de inmoralidad. No me refiero sólo al discurso inmoral del presidente de Gobierno refiriéndose a los inmigrantes como "seres humanos". No quiero hablar de la ley de inmigración que primero los atrae y después los abandona a su suerte. Tampoco quiero hablar de la inmoralidad de hablar de mercancía humana en comunidades no socialistas. Quiero hablar de otra inmoralidad más sutil, en verdad, más rastrera, que pretende prolongar una existencia fragmentada con inyecciones y comprimidos de utopía barata. Utopía.

La crítica de la utopía exige tanto de la política como de la moral. Cierto que la política jamás puede reducirse a la moral. Menos a la ética, paradójico saber, que busca razones dónde sólo hay utopía, o sea, nada con carne y vida. La política es algo más que una razón. La política también es una emoción. Un sentimiento digno de ser racionalizado. La política es razón apasionada o no es. O defendemos nuestras razones con pasión o corremos el riesgo de caer en lo anodino, en lo políticamente correcto. Porque sin pasión no hay política, me cuento entre quienes creen que la moral está incluida en el asunto prioritario de nuestra incumbencia, el problema político, el de la convivencia entre los hombres.

Así planteado, reconozco que el problema político es demasiado largo para ser resuelto en el corto trecho de una vida. Tenemos que recurrir, pues, a la moral, vieja aspiración humana que cree posible vivir como si pudiéramos ser buenos animales. Pues eso es, exactamente, lo que veo en los rostros de los subsaharianos que son trasladados en un confortable avión de Canarías a la península. Ganas de vivir como si fueran unos buenos animales. No hay mayor aspiración moral. Es "minima moralia", sí, pero no creo que nadie en su sano juicio, en el reino de la inmoralidad ambiente, pueda aspirar a otra cosa que a ser un "buen animal".

Es la lección que saco de los rostros negros a nuestra inhumanidad blanca: Querer vivir como si fueran buenos animales. Es el hombre tal como es. Lo otro, "El hombre tal como no es", famoso título del libro de Bage, pertenece a la cruel utopía del Gobierno inmoral de España.

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