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Agapito Maestre

La desaparición de una ilusión

Lo cierto es que esta mujer, una verdadera política porque tiene una idea clara de España, era la última pieza importante que le quedaba por cobrarse a Rajoy para que nadie le importunase en su futuro triunfo de junio.

Rajoy rompe el partido. Este titular de prensa es preciso. Exacto. Aporta algo al análisis político. Quizá el PP está roto. El asunto de fondo no es otro que la nación española. O se defiende la unidad o morimos. La tibieza lánguida y mortecina de Rajoy ha optado por la segunda opción, esa que Zapatero ha preparado con perfidia política y bondad en los modos. Pero, antes de incorporarse definitivamente a ese juego suicida, tenía que enfrentarse a una ilusión, a un impulso vital, en fin, a una pasión política: España. Tenía que enfrentarse a quien mejor representa esa pasión: María San Gil. Vieja es la operación de enfrentamiento de Rajoy con San Gil: primero se la maltrata y, después, se la vindica retóricamente.

Después de haber expulsado de su círculo a gente que podría haberle ayudado en ese trabajo de acercamiento a los nacionalistas, Rajoy tenía que liquidar a los últimos, en realidad, a la última dirigente que se oponía a este proyecto de enganche al tren de Zapatero. La faena de liquidación, sin embargo, ha sido sucia. Está siendo sucia y torticera. Sus colaboradores tratan de limpiar los rastros de sangre que ha dejado. Será inútil. Todo el mundo sabe ya de qué va esta película. Rajoy ha forzado a María San Gil a salir de la ponencia política. Pero, luego, rectifica. Mantiene el texto que ella había pactado con los otros dos encargados de elaborarlo. Maniobras arteras. Unas cuantas más, entre las cientos que ha utilizado Rajoy, para eliminar a sus posibles competidores.

Lo cierto es que esta mujer, una verdadera política porque tiene una idea clara de España, era la última pieza importante que le quedaba por cobrarse a Rajoy para que nadie le importunase en su futuro triunfo de junio. Creía que superado ese escollo dejaría al margen el problema clave del PP en general, y del congreso de junio en particular, a saber, elaborar un pensamiento, un discurso, de unidad de España. Eso era todo lo que ofrecía el PP a sus electores, pero, finalmente, Rajoy quiere darle la puntilla. Ya sé, ya sé que nunca el PP, especialmente en los últimos cuatros años, tuvo claro ese discurso de unidad, pero sus votantes creían en que algún día podrían conseguirlo. Votaban, sí, una bella ilusión, que a veces parecía plausible, viable y al alcance de la mano, pero que ahora ha matado Rajoy y su gente.

¿Es Rajoy el único culpable de la muerte de esa ilusión? No, ni mucho menos; él es el precipitado final de todos los que en el PP se han ofrecido al nacionalismo de palabra y acción. ¿Para qué hablar de las relaciones de Aznar y CiU? ¿Para qué recordar las declaraciones de hace un año de una eminente dirigente del PP: "Hay que pactar con los nacionalismos para evitar el secesionismo"? ¿Cómo no va a proclamar José Manuel Soria, uno de los ponentes de la cacareada ponencia política, un entendimiento con los nacionalistas si está gobernando con ellos en Canarias? Son muchos, pues, los que han contribuido a cargarse la ilusión de millones de votantes, de millones de españoles, que buscaban con ahínco un pensamiento, una política, de unidad de España.

Por eso, tengan cuidado los últimos "críticos" en exigirles demasiadas responsabilidades a los nuevos "enanos" políticos que acompañan al gigantón de Rajoy. Tirarán de hemerotecas y muchos "críticos" quedarían tocados. Eso no significa que yo tenga mucho respeto político por los personajes que acompañan a Rajoy. No los respeto, políticamente hablando, porque todos hablan a un tiempo. Sáenz de Santamaría, Moragas, Núñez Feijoo, González Pons y otros tantos de similar catadura política hablan a la vez. Vociferan a la vez para que no se les entienda. Quizá a solas y en el cuerpo a cuerpo digan algo, pero en lo público, en el espacio común que comparten los españoles, nadie les presta atención porque no dicen nada. Se tapan unos a otros. Nadie los escucha. No tienen nada que decir. Nada que no sepamos. Todos ellos desprecian profundamente la unidad de España, entre otras razones, porque no respetan la unidad y pluralidad de su partido. La han roto.

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