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Agapito Maestre

La lepra de España

Los periodistas, especialmente los de Antena 3 y Telecinco acostumbrados a utilizar la cimitarra contra Aznar, son patéticos ante el jefe Polanco

Creer que todo se resuelve por ganar unas elecciones sigue siendo la lepra política de España. Fue la enfermedad política más grave de nuestros siglos XIX y el XX. Y sospecho que aún lo es del siglo XXI, pues siempre hay alguien que pega un respingo, cuando se habla de crisis de legitimidad de este Gobierno. Nunca falta quien te diga: “de eso nada, pues ganó las elecciones”. Pobrecillos, no saben nada de legitimidad democrática y menos de la triste historia de España. También la mayoría de los periodistas progres de España creían que se resolverían sus penas porque habían ganado las elecciones los suyos. Se equivocaron. Sólo falta ver su reacción ante el problema de “todo el poder para Polanco” para saber de lo que hablo. El socialismo “centrista” y totalitario está de los nervios.
 
El periodista progre y trincón, dispuesto a darle al poderoso siempre la razón, lleva unas semanas inquieto. Sus empresas corren peligro con la política de concentración de medios del Gobierno. No sabe qué decir cuando le preguntan por su empresa ante el monopolio de Polanco. El periodista progre y de piñón fijo, dispuesto a no pensar nada más que con los clichés del hombre-masa, empieza a decir que no era tan malo Aznar, incluso ha comenzado a rebajar la defensa de su estulto antiamericanismo. El periodista progre y tirado, dispuesto a vender sus farfulleos por un poco de comida, está asustado. Sólo aspira ya a trabajar para la causa de Polanco. Todos quieren trabajar para Polanco. Todos quieren imitar a los viejos políticos del PSOE y del PP que terminaron trabajando para Polanco.
 
Pero hay un pequeño problema para alcanzar esa cómoda situación, que ahora las empresas donde trabajan quieren que peroren contra el monopolio de Polanco y contra el Gobierno, porque puede terminárseles muy pronto sus coyunturales puestos de trabajo. Hasta cierto punto, la situación es divertida para quienes hemos sabido distinguir entre empresa económica por un lado, y proceso de formación de opinión pública por otro, porque hemos mantenido criterios políticos, a veces, al margen de los intereses empresariales. Sin embargo, el problema tiene que ser dramático para ese hombre-masa dispuesto a decir lo que en cada caso le dicta el directivo de turno, o peor, la terminal política de turno.
 
La cosa empieza a ser, entre algunos periodistas y también políticos, patética. Un abismo media entre lo que dicen algunos periodistas en antena y lo que te cuentan en la cafetería. “Hazte cargo”, dicen algunos encogiéndose de hombros, “de mi situación.” Tampoco los políticos se escapan del problema. Y también un abismo media entre lo dicho por un político en privado y lo expresado en público. Este abismo se hace evidente, cuando oyes las opiniones melifluas y cobardes de los periodistas y de los políticos a propósito de la movida del Gobierno para darle a Polanco todo lo que pida en agradecimiento a los servicios prestados a favor del PSOE. Miro hacia algunos políticos del PP y, además de asco, siento pena, pues ni siquiera se atreven a pronunciar el nombre del jefe de la empresa Prisa. Lo de Martín Villa, por ejemplo, no tiene palabra. Los periodistas, especialmente los de Antena 3 y Telecinco acostumbrados a utilizar la cimitarra contra Aznar, son patéticos ante el jefe Polanco. Parece que no se habían enterado de que sus peroratas eran como las del Grupo Prisa, pero ahora no saben qué decir, cómo diferenciarse, respecto de quienes van a llevarse todo el negocio de la comunicación.
 
La cosa es tan plomiza y oscura que tiendo a pensar que el problema de España a la hora del proceso de formación de la opinión pública política es, hoy en el inicio del siglo XXI, una dolencia parecida a la que padecían nuestros abuelos en el inicio del siglo XX. Los sufridos ciudadanos tenemos que soportar los males que nos infligen quienes son incapaces de comprometerse con la verdad y de decir lo mismo en privado que en público. Así las cosas, creo que es valido para hoy lo que dijo, a final de la primera década del siglo veinte, el hijo más famoso de la estanquera de San Bernardo, filósofo español y periodistas de altos vuelos: España entera es una aldea carcomida de lepra política, habitada por espectros de cuerpos cuyas almas están ausentes y sobre cuya vida cadavérica deja caer cualquiera regocijadas teorías de un maquiavelismo doméstico o escolar.
 
¡Y es que, ay, la lepra no se cura ganando elecciones!

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