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Agapito Maestre

Libertad para Iberoamérica

Mientras haya ejemplos ciudadanos como los de Lizarza, y sobre todo de hombres que sepan contarlo como Brandau, la democracia seguirá siendo el menos malo de los regímenes políticos.

El campus de FAES ha organizado un debate con el título Una agenda de libertad para América Latina. Cuestiones interesantes plantearon todos los ponentes, pero sólo uno consiguió contestar con justeza una pregunta surgida de la desesperación de uno de los asistentes. Quien preguntó procedía del Perú y era un gran conocedor de los problemas políticos y económicos de toda la América española. Demostró con creces su sabiduría al mostrar, en primer lugar, que los trágicos problemas actuales de Venezuela fueron vividos, en cierto sentido, hace años en el Perú con Fujimori y compañía. Más tarde, hizo un relato realista de cómo en esos países se manipulan elecciones, se corrompen candidatos y, en fin, citó las mil formas existentes para falsificar el proceso democrático y llevar al poder a dictadores como Hugo Chávez.

Después de su plausible y, a veces, certero relato, concluyó con contundencia afirmando que era casi imposible terminar con los regímenes totalitarios de Iberoamérica, al menos, por la vía de las elecciones. Cuando el peruano dijo "imposible", observé en la sala un silencio tenso. La pregunta trágica flotaba en el ambiente: ¿Para qué sirve la democracia? Era como si aquel hombre, que tanto sabía de historia de América y teorías democráticas, hubiera dejado de creer en la vía democrática, o mejor, en el camino de la libertad para liberar a los iberoamericanos del yugo de los totalitarios anti-occidentalistas.

Por fortuna, al instante, el silencio se llenó con palabras llenas de vida e inteligencia. Un tipo joven y brillante de la mesa de los ponentes preguntó: ¿Cómo que es imposible terminar con los dictadores? Nada es imposible políticamente, si se tienen convicciones democráticas. Lo dijo con tanta sagacidad y precisión que encandiló a todos los que estábamos en la sala. Sí, sí, convicciones y, por supuesto, valores cívicos, como los que tienen los concejales del PP en Lizarza contra ETA, son suficientes para terminar con los totalitarios. ¡Bravo! Quien así hablaba era Dieter Brandau. Me sentí orgulloso de ser su amigo. Fue toda una lección de ciudadanía. De democracia. Mientras haya ejemplos ciudadanos como los de Lizarza, y sobre todo de hombres que sepan contarlo como Brandau, la democracia seguirá siendo el menos malo de los regímenes políticos.

El ejemplo puesto por Dieter Brandau señalaba el sentido hispano de Iberoamérica, o sea, el continuum occidentalde nuestra democracia. El nacionalismo revolucionario y el indigenismo resentido, acostumbrados a confundir Estado español y cultura hispánica, nunca han dejado de atentar contra esa línea de continuidad occidental que los sitúa en los márgenes de la civilización. Por el contrario, la enseñanza fundamental del pensamiento liberal hispanoamericano es sencilla: España como Estado, y sus diversas configuraciones jurídicas a lo largo de la historia, jamás deberían confundirse con cultura hispánica, con "sentido hispánico" de la vida. Persistir en esta grandiosa enseñanza del humanismo del siglo XX iberoamericano, especialmente desarrollando todos los potenciales que encierra la idea de una "inteligencia americana" al modo de Alfonso Reyes y Octavio Paz, es una rica herencia a la que sólo tendremos acceso si somos capaces de repensarla.

El sentido hispánico de la vida es, quien diría lo contrario, la sal de la civilización occidental. Imposible comprender Occidente sin la cultura hispánica. Consulten los tres grandes libros de la humanidad, o sea, el de los Hechos, el de las Palabras y el de las Artes, y pronto observarán que ninguno puede prescindir de las aportaciones hispánicas. Basta, pues, de simplezas eurocentristas, que siempre esconden un antiamericanismo de base, y digamos adiós, definitivamente, a indigenistas, tercermundistas prehispánicos y racistas. Sí, sí, indigenismos, tercermundismos y racismos fueron creados por el eurocentrismo vergonzante que quería crear un nuevo comienzo, una ruptura con la racionalidad occidental, en la América hispana. Imposible. Hispanoamérica es Occidente o no es. Por otro lado, el propio Occidente es incomprensible sin Hispanoamérica. Reduzcamos, sí, Occidente a EEUU y veremos que tanto el proceso de formación de esta gran nación como su desarrollo son ininteligibles al margen de su contribución hispánica. Imaginemos que Occidente es Europa, el Mundo, y veremos que estará incompleto sin el Nuevo Mundo, el mundo hispánico.

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