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Agapito Maestre

Los tópicos de Pettit

También yo caí en la tentación de la filosofía académica española, o sea, leí a Pettit antes que a otros liberales españoles, por supuesto más sagaces y realistas que el irlandés. Por eso me atrevo a pontificar que, aunque ellos no lo crean, los profesores españoles de filosofía política son casi siempre superiores a los de otras latitudes. He aquí dos razones que justifican esta superioridad: en primer lugar, aprenden los idiomas de sus colegas para leerlos  directamente; y, en segundo lugar, porque discuten las teorías de los sajones, franceses o alemanes con mayor objetividad que ellos, pues generalmente los estudiamos –lo que no sé si es una desgracia o una ventaja- como si nosotros no tuviéramos tradiciones, pues generalmente no las estudiamos por desidia o por complejo de inferioridad, o sea, debatimos sus teorías casi como observadores imparciales capaces de decidir sobre cuál de ellas es la mejor. Dos ventajas extraemos de esta superioridad: podemos criticar con más desparpajo y hasta suficiencias que los extranjeros a estos profesores cuando se refieren a España  por un lado, y, por otro, podemos elegir con más precisión y cordura que otros qué teoría puede ser más rentable para diagnosticar los males de nuestros país.
 
Digo todo esto para hacer más digerible mi crítica al profesor Pettit, que ha venido a España invitado por los socialistas para contarnos sus recetas “republicanas”, en realidad, la defensa del liberalismo a través de la Constitución. Hace tiempo que leí a este profesor irlandés, pero aún recuerdo el aburrimiento que me producían sus pobres argumentaciones, sobre todo comparadas con los grandes liberales de la Escuela Austriaca. Mientras que éstos habían logrado superar el idealismo kantiano haciendo análisis sobre una realidad social, económica y política muy concreta, que a veces era trascendida gracias a sus doctrinas que dejaban de ser analíticas para convertirse en normas, el profesor Pettit repite, y sigue repitiendo, tesis de los viejos liberales franceses sobre el valor de la ciudadanía “republicana” para crear espacios genuinamente políticos, olvidando que ha sido un liberal español, quien mostró que sin libertad no hay política posible: Ortega. En otras palabras, el Estado es poco sino está al servicio del ciudadano.
 
Así las cosas, si alguien me dijera: elige entre Pettit y cualquier otro liberal contemporáneo, por ejemplo, Lefort, elegiría a este último por su perspicacia realista y lucidez histórica. En realidad, debería pedir perdón al lector, porque esta comparación es demagógica. En efecto, el primero es un profesor y el segundo es algo más, es un grandioso filósofo. Son pensadores incomparables, pero si alguien quiere saber de verdad que es la sociedad civil y la opinión pública, de la que tanto habla Pettit, lea al francés y deje las cositas del irlandés para los juegos florales de los socialistas españoles. 

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