El hundimiento, película alemana, sobre los últimos días de Hitler, que competirá con “Mar adentro” por alcanzar un oscar creará cierta polémica no tanto por sus valores cinematográficos, que son inmejorables según todos los expertos, sino por el mensaje político que algunos extraerán de la cinta. Incluso algunos recalcitrantes “izquierdistas” comenzarán descalificando la cinta, simplemente, porque ha sido realizada por un director alemán con un equipo compuesto casi íntegramente por alemanes. Resultará interesante seguir en España el debate o no que generará esta película, porque nos dirá mucho sobre el nivel intelectual, o mejor, la estulticia de algunos de los generadores de ideas en nuestro país. Por supuesto, los apologistas de “Mar adentro” ya han empezado a escupir sus bilis estalinistas contra el retrato, por lo visto grandioso, de las últimas horas del dictador alemán logrado por el guionista Eichinger, también productor, y el director Hirschbiegel.
Empiezo por confesar que aún no he visto la película, pero estoy sorprendido por algunas de las “críticas” que he leído en la prensa europea, especialmente las que proceden de la coalición roji-verde alemana, que muy bien podrían utilizar los “progres” de Progresa para defender su rollo sobre la eutanasia. Sorprendido no tanto por la novedad de las “críticas” como por el manejo de viejos argumentos, que hace tiempo hicieron inservibles el genuino desarrollo democrático de la nación alemana en los últimos cincuenta años. En síntesis, la película Olivier Hirschbiegel no sólo vendría a relativizar sino que también banalizaría el crimen nazi. La relativización y canalización del mal infligido por el nacionalsocialismo a la humanidad en general, y a los judíos en particular, tendría un doble objetivo político: por un lado, suprimiría la singular contribución de Alemania a la historia del horror humano y, por otro lado, situaría la historia de la nación alemana en un ámbito de normalidad histórica como la de cualquier otro pueblo civilizado del mundo occidental.