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Agapito Maestre

Mano en candela

Ya les conté en otra entrega mi comida con dos liberales españoles. Por suerte, he vuelto a compartir otras buenas alubias con uno de ellos, que me recordó un libro que me ha hecho mucho bien. Hablamos con pasión de la Segunda República y las ambigüedades de Azaña. Sin solución de continuidad pasamos revista a algunos intelectuales del exilio del 39.
 
Una vez en marcha, nuestra conversación pasaba de un episodio a otro apoyándonos en un gesto, en una sugerencia o en una maldad. Nos detuvimos otra vez en una mujer española, una extraña liberal, María Zambrano, que ha pensado con precisión España. Uno de mis amigos, según les conté, no era exactamente de mi opinión y volvió a pedirme una tregua para continuar con la discusión en otro momento, pero yo seguí hablando a favor de Zambrano y contra muchos zambranólogos. Yo, fascinado por su escritura, defendí la importancia de su obra para comprender el pensamiento, la poesía y, en general, la cultura españolas. Mi amigo seguía lejos de mis posiciones, o sea de mis pasiones, pero su extremada educación baturra le impedía oponerse a mis débiles argumentos. Eligió un camino indirecto de respuesta y me propuso de nuevo la lectura de un libro para rebajar mi entusiasmo.
 
Antes de darme la referencia exacta, me dejó muy clarito que mi labor en el futuro consistía en convencerlo, tanto a él como a su círculo intelectual que ya era el mío, de las bondades liberales de la pensadora citada y de algunos de sus compañeros de generación. Al momento pensé en Rafael Dieste, íntimo de Zambrano, perspicaz historiador de la filosofía, autor de una obra ensayística y literaria tan genial que rebasa las expectativas del lector más exigente. Obras, pues, extrañas, difíciles de catalogar e incluso de leer, son las de este liberal español que regresó del exilio en tiempos de Franco. Se asentó en su Galicia natal, pero pasó sin pena ni gloria porque la censura franquista, o mejor, los críticos de la época no estaban dispuestos a cederle protagonismo alguno. A Torrente Ballester, entre otros, le debemos que un par de generaciones no hayamos leído a su debido tiempo el "Alma y el espejo" y "La vieja piel del mundo".
 
Me hubiera gustado recomendarle a mi amigo estas dos obras cumbres del pensamiento español (aunque quizá él las haya leído antes que yo), pero se me fue el santo al cielo, mientras apuntaba el nombre del autor y el título del libro que rebajaría mi fascinación por Zambrano. Esta obra me ayudaría, según mi culto amigo, muchísimo más realista que yo, a mirar de otro modo, o sea de verdad, a la discípula de Ortega en la República y sus juegos con el efímero Frente Español; también me permitiría conocer las frivolidades de Zambrano con la gente de la "Liga de intelectuales antes Fascistas" durante la Guerra Civil, y, por supuesto, me pondría al corriente de una mujer en el exilio, malviviendo en una casucha de campo cercana a Ginebra, acompañada siempre por una hermana tan bella como loca, y rodeada por todos los gatos de Roma y el Jura.
 
Mi librero ha tardado casi un mes en servirme el libro. Finalmente, me ha llegado hoy. Lo he leído en una tarde. Es una novela grandiosa. Pura literatura. Poética y justa, porque trata a España como un nuevo Quevedo. Políticamente incorrecta, dura y tierna a la vez; esta novela siempre es realista, tan realista, a veces, que uno cree estar leyendo a cualquiera de los grandes reaccionarios del Siglo de Oro español. Un prodigio de narración. Misericordia, en efecto, es como llama el autor recomendado, un perfecto maldito de la caverna literaria española, a María Zambrano, que no sale obviamente bien parada en la novela. Sin embargo, la aproximación a esta figura es tan humana, tan terriblemente humana, que al final me hace querer más a esta pensadora. No se lo pierdan, por favor, lean el retrato que Aquilino Duque, autor ninguneado de la España democrática, hace de Zambrano, y de cien autores más del exilio y del franquismo, en su novela Mano en candela (Pre-Textos), y saldrán fortalecidos moralmente para enfrentarse a una "cultura" de diseño barato.
 
Más aún, saldrán dispuestos a poner la mano en candela, en el fuego, por aquellos autores que aún se atreven a escribir con coraje. O sea con genialidad. Aquilino Duque retrata a dos generaciones de intelectuales en paños menores de modo tan genial como arbitrario. A otros, por desgracia para ellos, no los retrata, sino simplemente los deja desnudos. ¡Casi nada!

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