La ciudadanía española está desmoralizada, secuestrada y atemorizada, porque la Nación ha desaparecido. La pésima organización del desfile de las Fuerzas Armadas del 12 de Octubre, la inexistencia de rigurosos discursos políticos sobre el significado de España en la historia, o sea de la hispanidad, y, sobre todo, el total ocultamiento del significado de esa efeméride en las escuelas, las universidades y en todos los centros de socialización democrática de España convierten esa celebración en una patochada. No hace falta que nos avergüence un patán yanki, o unos mamarrachos criollos, nosotros mismos nos sobramos para perder la dignidad. El día más grande de España ha quedado reducido a un acto meramente ideológico. Pocos fueron los abucheos y los pitidos de los presentes contra Sánchez, y miles de improperios tengo yo para quienes, desde sus tribunas en los periodicuchos y medios de comunicación del poder, defienden al presidente títere de los separatistas, exterroristas y comunistas.
Si el desfile de las Fuerzas Armadas del 12 de Octubre es la representación de una nación, entonces España es una nación muerta. España es un país sin élites. Sólo hay populacho. La chusma predomina por todas partes y se mueve a golpe de un capitalismo rancio y anacrónico. La nación española es solo un nombre para mantener parasitos, analfabetos y criminales de guante blanco, políticos de cartón-piedra. Esto es un gentío desgobernado por nihilistas, separatistas y exterroristas. Repitamos, sí, lo esencial las veces que haga falta. No exageremos. Atengámonos a lo real. Sánchez seguirá en el poder de modo ilegal, ilegítimo y anticonstitucional. La Oposición es débil y no consigue expulsarlo del poder. Ni siquiera es capaz de forzar unas elecciones anticipadas.
Sánchez es el fin de un eslabón de lo poco que queda de democracia. Estamos al borde del precipicio de lo montado en la Transición. Ésta solo tuvo una idea, o mejor dicho, un objetivo claro: la defensa de una España de ciudadanos libres e iguales ante la ley. Por desgracia, se mire como se mire, ese proyecto ha devenido un fracaso. Esa idea ha derivado en un ideologema barato, una burda representación de la Constitución, para ocultar la realidad: no existe la unidad de España. Nadie sea ingenuo y siga diciendo que vamos a la ruptura de la Nación. Falso. La Nación está rota por todas partes, especialmente por Cataluña, el País Vasco y el nihilismo del resto de España, empezando por Galicia y terminando por Andalucía. No preguntemos, por favor, qué es el Estado-Nación sino qué queda de la unidad nacional.
El tinglado montado en la Transición da sus últimas bocanadas sin que aparezca nadie con entidad para ofrecer una salida. La paradoja de España no es que un presidente títere de los exterroristas, separatistas y comunistas tenga todo el poder, sino que la Oposición sea incapaz de forzar ya unas elecciones para comenzar a salir de este marasmo. La gran paradoja de España es que los enemigos de la democracia están en el poder sin que se les caiga de la boca la palabra democracia. La democracia para el Gobierno de una España de taifas no es nada más que una palabra para ocultar su primer y último objetivo: la desaparición de la Nación, o sea, de la unidad nacional. En estas circunstancias lamentables, será fácil para el Gobierno de Sánchez aprobar unos Presupuestos Generales del Estado con un único objetivo: mantenerse en el poder al precio del empobrecimiento de toda la Nación y, sobre todo, comprar un millón de votos con el obsequio dado a los jóvenes para que voten al PSOE. ¿Conseguirá ese millón de votos el PSOE con estos Presupuestos? No lo sé, pero seguramente de ese dato dependerá su continuidad en la Moncloa. De eso y de que sus señoritos, los exterroristas y los separatistas, saquen la conveniente tajada. Pocas señales hay para la alegría, salvo que se cumpla que "no es la ideología la que es falsa, sino su pretensión de estar de acuerdo con la realidad". ¡Quizá la compra de un millón de votos se vuelva contra ellos!