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Agapito Maestre

Rencor y odio

El odio instalado por este Gobierno contra el pensamiento, la tradición, las costumbres y, sobre todo, contra la política, o sea, vivir pactando continuamente entre gentes con opiniones diferentes, es cada vez más difícil de superar.

Un animal salvaje recorre España. Se llama odio. Sí, sí, es el odio, hoy, un sentimiento bien visto por las elites gobernantes y, por supuesto, por la chusma. Terrible. Porque, sin dejar su marchamo de naturalidad, el odio en España parece justificado racional e históricamente. La gente odia como si fuera su forma primigenia de vida. Su respiración. Es como si algún tipo de razón o experiencia, que sólo existen en sus flacas meninges, les dieran un salvo conducto para odiar sin ningún remordimiento. Sin conciencia. Sin conciencia nacional, naturalmente, el salvajismo determina la conducta de las mayorías. No será fácil zafarse de este animal. El odio nos cerca por todas partes. El odio, disfrazado de rencor o sentimentalismo, ha vuelto a España. ¿Quizá nunca había desaparecido?

Ya no se ama por sí mismo, sino por odio a lo contrario. Zapatero odia el Espíritu de Ermua, a España, para "pactar" con los terroristas. Por odio a España, sí, se mueve el régimen político impuesto por los socialistas y nacionalistas. Su pequeño amor a lo local es fruto del odio a lo ancho y holgado. ¿Y qué decir de la chusma? Lo obvio: repiten la conducta de los dirigentes. Aman el pacto con los criminales, porque odian a las víctimas del terrorismo. Aman a Zapatero, porque odian a Aznar. Aman a Castro, porque odian a los disidentes cubanos. Son laicistas, porque odian a los cristianos. Se odia por todas partes y con facilidad. Pocos son los socialistas y nacionalistas que se privan de de expresar por un quítame esas pajas, por ejemplo, "odio a la gente del PP".

Quien no quiera ver este contexto de odio, en verdad, esta desgraciada circunstancia, no podrá comprender, por poner tres ejemplos, qué había detrás de un artículo cruel, muy lejos incluso del peor Voltaire, de Juan Goytisolo contra la Iglesia católica. Sin las garras amenazantes de ese animal, que es el odio, tampoco puede juzgarse ese video-anuncio de un club de fútbol para captar nuevos socios. Y, por supuesto, tampoco puede analizarse el rencor de un eurodiputado socialista, Miguel Ángel Martínez, contra la figura intachable de Loyola de Palacio, esa gran política que, a pesar de haber fallecido, está más viva que el sectario y resentido que la juzga.

Lo peor de todo esto es que las élites políticas y culturales, lejos de huir ante las garras amenazantes de este animal, lo amamantan un poco más todos los días. Creen que dándole de comer no los atacarán. Se equivocan. El odio proporciona, como dijera la gran Simone Weil, una imitación a veces muy brillante, sin embargo es mediocre, de mala calidad, poco duradera. Se agota pronto.

Esperemos que así sea. Pero yo soy bastante más pesimista que la pensadora francesa. El odio instalado por este Gobierno contra el pensamiento, la tradición, las costumbres y, sobre todo, contra la política, o sea, vivir pactando continuamente entre gentes con opiniones diferentes, es cada vez más difícil de superar.

En España

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