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Agapito Maestre

Un adiós político

Blair lega a las próximas generaciones un Estado-nación coherente con los parámetros más avanzados de la Unión Europea.

La comparación, lejos de ser arbitraria en el ámbito de la política, sirve para estudiar el grado de desarrollo democrático de unas naciones respecto a otras. Nos dice mucho sobre los avances y retrocesos de la conciencia pública de los ciudadanos y sus elites políticas. Hoy, el día que Tony Blair ha dicho adiós a la política, es inevitable la comparación entre Gran Bretaña y España. Blair se va y deja el país más o menos como le fue entregado. Sus continuadores se harán cargo de una nación entera y orgullosa de sus tradiciones, un Estado más fuerte y rico que cuando él llegó, y una sociedad no enfrentada civilmente. Todo un mundo si lo comparamos con España.

Blair lega a las próximas generaciones un Estado-nación coherente con los parámetros más avanzados de la Unión Europea. ¿Qué decir de Zapatero respecto a Blair? Que el primero hace todo lo contrario que el segundo. La acción de Gobierno de Zapatero tiende antes a enfrentar a la sociedad que a reconciliarla a favor de una nación común. Enfrenta a los ciudadanos para mantenerse en el poder, se ríe de la idea de nación española y el Estado lo utiliza para hacer coaliciones de poder con las fuerzas políticas que pretenden la desaparición de España. Quien ha hecho depender su jefatura de Gobierno de los nacionalismos está condenado a entregar a quien venga una nación más fragmentada y débil que la recibida. Zapatero ha vaciado a la nación de contenido y, de paso, ha hecho del Estado una "administración" al servicio del poder de su partido y de los independentistas.

Tampoco salimos muy bien parados los españoles si comparamos la monarquía española con la británica. ¿Se imagina alguien a la reina británica alentando un proceso de "negociación" con los terroristas como el que parece sugerir el rey de España al decir que hay que intentar negociar al modo en que lo hace el Gobierno de Zapatero? Tampoco nuestros medios de comunicación quedarían demasiado presentables en sus análisis si los comparamos, por ejemplo, con los periodistas ingleses a la hora de analizar el terrorismo de Irlanda del Norte. No veo yo a ningún columnista o dibujante de la nación de Blair que se haya atrevido jamás a comparar de modo sensato el asunto de dos fracciones enfrentadas en el Ulster con el terrorismo de una banda terrorista, ETA, contra los pacíficos ciudadanos españoles.

Comprendo, pues, esa mezcla de desolación e inseguridad que sienten millones de españoles al comparar el adiós de Blair con el estado de la nación española. El espectáculo no puede ser más triste. Tres ejemplos son representativos de esa penosa conciencia pública que ha instalado el Gobierno en la vida española. Primero, no es muy atractivo oír a una ministra gritar que la presidenta de la Comunidad de Madrid tendría que estar colgada de la catenaria del metro o tumbada en las vías del tren. Segundo, resulta odioso oír las mentiras del presidente del Gobierno en sede parlamentaria respecto al auto del Supremo sobre la negativa del Gobierno a exigir la ilegalización de ANV. Y, tercero, no creo que nadie vea una viñeta en la prensa británica tan cruel como la que exhibía el miércoles un periódico nacional: aparecía el jefe de la oposición española, detrás de un Blair reunido con el nuevo Gobierno del Ulster, con una pancarta con el lema de las víctimas: "Rendición en mi nombre, no". Terrible. La víctima ya no es objeto de desprecio sino también de mofa y escarnio.

La comparación es dura, pero nos prepara para lo que se nos viene encima. Mientras que Blair deja una nación con una conciencia pública más o menos normal, Zapatero infecta a todas las instituciones de la sociedad con una conciencia pública degenerada. He ahí la principal diferencia entre salvar o hundir el destino de una nación. En fin, si Blair nada tiene que ver con Zapatero, aún menos relaciones tienen Belfast con Azcoitia.

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