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Agapito Maestre

Un país roto

No puede hacerse nada, amigos. Quizá a mediados de los ochenta aquello hubiera tenido solución. Hoy, insiste, todo está perdido.

Mi amigo ha ido a dar una conferencia al País Vasco. Regresa a Madrid, como si hubiera visitado otro país. La gente, la lengua, la frialdad, en fin, la atmósfera ambiental lo han hecho sentirse extraño, casi un extranjero, en San Sebastián. Su visita al barrio viejo de la ciudad fue frustrante. Nada de lo allí vivido le invitaba a visitar de nuevo la ciudad. Me pareció duro lo que decía, pero terriblemente sincero, pues, cuando un escéptico, y mi amigo es un escéptico, de verdad, no de impostura, mantiene este tipo de posiciones es para tomárselo en serio. Le va en ello la vida.
 
De repente, como si todo estuviera perdido, mi amigo nos dijo con tristeza y cabizbajo:
 
- No puede hacerse nada, amigos. Quizá a mediados de los ochenta aquello hubiera tenido solución. Hoy, insiste, todo está perdido.
 
- ¿Lo dices por la lengua?, le pregunta otro que participa en la conversación.
 
- No sólo por la lengua y las ikastolas, sino por su manera de comportarse, de poner distancia entre ellos y los otros… Por su manera de mirar. Todo es violencia. Odio a España.
 
- Quizá cabría todavía una solución, insiste el oyente ficticio, si el PSOE fuera un partido genuinamente nacional, vamos, si se pusiera de acuerdo con el PP en la política antiterrorista…
 
- No sé, contestó el escéptico, pero ya es tarde. Muy tarde. Los políticos de España están fuera de juego. No están ni son.
 
- Pero, la sociedad civil, especialmente la sociedad emprendedora económicamente, está a la cabeza de Europa. O sea, si la economía de este país funciona, entonces porqué no pensar que algún día funcione el Estado.
 
- Desengáñate, eso forma parte del orden más o menos natural, pero cuando se trata de España, España nación y democrática, hemos de contar siempre con lo inesperado, lo extraordinario, lo paranormal y, en cierto sentido, sorprendente.
 
- Cierto, porque más inesperado que Zapatero, no creo que haya otro en el mundo.
 
- El problema, sin embargo, terció el escéptico con ánimo de cerrar el diálogo, no es sólo de hombres, sino de un país que sólo los locos parecen cuerdos.
 
En este momento, el escéptico guardó silencio, y pensó que caricaturizaba, pero, él que es un lector atento de Azaña recordó las siguientes palabras de “La velada en Benicarló”: “Las caricaturas crueles revelan mucho. ¿Ha probado usted a conocer su semblante mirando las que le hacen?”

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