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Agapito Maestre

Zapatero en Túnez

No ha habido caudillaje previo a la movilización. Ha sido una auténtica rebelión del pueblo porque quiere participar en la gestión de los asuntos comunes. Públicos.

Nadie puede dar lecciones de lo que no sabe. Quien se ha cargado la Transición española no puede exportarla a Túnez. Zapatero ha querido dar una lección de democracia en Túnez, pero ha hecho el ridículo. Sus declaraciones han sido esperpénticas. Ridículas. No soportan una mínima crítica. Son increíbles, sobre todo, para los españoles demócratas y defensores de la pluralidad de opciones políticas; pues que empiezan a ser mayorías en las encuestas los que saben, y otros intuyen, que el único designio político serio de Zapatero durante estos años ha sido y es destruir la idea de reconciliación nacional que trajo la Transición del régimen franquista al sistema democrático.

En cierto sentido, ese proyecto ha sido realizado con creces a través de la aprobación de leyes de carácter ideológico, que o bien afectan a la cohesión interna de la nación o simplemente crean ira y rencor entre los españoles. En cualquier caso, son mayoría los españoles que tienen conciencia de que el espíritu democrático de la Transición, por desgracia, se lo ha cargado Zapatero con este tipo de leyes y decretos-leyes por un lado, y con un sectarismo y arbitrariedad a la hora de gobernar propio de república bananera por otro lado. Aquí no hay interpretación. Todo es comprobable. Cualquiera un poco avezado en política sabe que Zapatero ha roto con la Transición, es decir, con el espíritu de concordia, la búsqueda de la verdad y, especialmente, de hacer política con todos los adversarios políticos.

Zapatero, desde que llegó a La Moncloa, estigmatizó a la oposición. Por eso, seguramente, resulta afectado, ridículo y esperpéntico todo lo que ha declarado en Túnez sobre el espíritu de construir una democracia entre todos. El cinismo de Zapatero no tiene solución. Sin embargo, mucho mejor no iría a los españoles, sin duda alguna, si los socialistas aprendiesen algunas lecciones de las revueltas de Túnez para expulsar al dictador. Aunque muchos siguen pensando que las insurrecciones de estos países son dirigidas por los ejércitos o los Hermanos Musulmanes, yo me atrevería a insistir que hay un espíritu político de carácter democrático en las revueltas. Por supuesto, no seré yo quien sobrevalore y acentúe la espontaneidad democrática de los comportamientos de las masas, en fin, de los miles y miles de personas que se han rebelado contra sus dirigentes; tampoco quiero caer en una institucionalización ingenua y optimista de esos movimientos sociales; pero, mientras tanto, es decir, mientras esperamos el desenlace de estas insurrecciones, tenemos que valorar lo que ha sucedido. Los hechos. Y ahí sí que Zapatero en particular, y los socialistas en general, tienen mucho que aprender.

Dos son las lecciones básicas que podemos extraer de las insurrecciones populares árabes contra sus despóticos Gobiernos, a saber, el mundo árabe no es sólo sumisión y Oriente tiene que ver mucho con Occidente. Insisto. Las revueltas han dejado claro, en primer lugar, la falsedad de esa visión del mundo árabe como algo inamovible al margen de sus "dirigentes" y de los ejércitos. Estas revueltas han pillado con las vergüenzas al aire a todos los "técnicos" de la política que creían imposible una vía liberal, genuinamente republicana, de movilización popular; por el contrario, el pueblo, cual sociedad civil desarrollada, ha protestado al margen de cualquier vanguardia política. No ha habido caudillaje previo a la movilización. Ha sido una auténtica rebelión del pueblo porque quiere participar en la gestión de los asuntos comunes. Públicos.

Se ha roto la visión del mundo árabe como un dilema: o "Hermanos musulmanes" o "Dictaduras ateas". El pueblo se ha rebelado contra los tiranos para dejar claro que los gobernantes sólo están de paso; esta lección política es de gran trascendencia para España: no soy capaz de imaginar en España al "pueblo" reivindicando control de reelección de gobernantes; tampoco veo posibilidad de grandes aglomeraciones ciudadanas exigiendo que haya cargos no reelegibles y rotación en los puestos políticos, y menos aún imagino una sociedad civil fuerte entonando el grito republicano de las revueltas árabes: desconfiemos sistemáticamente del poder. Sintamos horror a cualquier palabra que concentre poder.

El mudo árabe, pues, tiene vínculos con Occidente más fuertes de lo que un vulgar e ideológico orientalismo nos ha querido hacer creer en los últimos años a través de las instituciones socialistas. Esa es la segunda gran lección: el mundo árabe no es el idílico paraíso que ha perdido Occidente, representado por la danza de los siete velos y cosas así, sino que comparte con Occidente experiencias básicas como son la búsqueda de la libertad y la crítica de los Gobiernos despóticos.

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