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Alan Reynolds

Cambios en la política de emigración

La reforma propuesta por el presidente George Bush a las leyes de inmigración es el cambio más drástico que se ha hecho. Provocó comentarios de quienes apoyan la inmigración y quienes se oponen. Eso me coloca en una posición singular, porque apoyo la inmigración, pero soy crítico con las políticas inmigratorias de EEUU. En mi testimonio ante el Comité Judicial de la Cámara de Representantes del Congreso, en 1998, declaré que “debido al menor aumento y al envejecimiento de la población… EEUU se beneficiaría de aumentos más rápidos del número de inmigrantes en edad de trabajo… El crecimiento de la fuerza laboral estadounidense se ha desacelerado dramáticamente, de más de 1,6% anual en los años 80 a 1,1% en los 90”.
 
El crecimiento de la fuerza laboral hubiese sido todavía más lento sin la inmigración, factor que representó casi 50% del incremento. Sin una inmigración substancial, EEUU pronto se quedaría sin trabajadores capaces y dispuestos. Pero, a pesar de su importancia, nuestra política de inmigración es incoherente. La razón de ser de la política de inmigración es limitar y racionar. Hay más gente que quiere vivir en EEUU que lo que los electores están dispuestos a permitir. Mientras sea así, el flujo anual de inmigrantes debe ser racionado de alguna manera. Se pueden utilizar cuatro métodos: el sistema de precios, las colas, la lotería y la influencia política.
 
Los economistas prefieren el sistema de precios, lo cual significa que se subastaría el derecho a vivir en EEUU o se cobraría una cuota para separar a los motivados de los indiferentes. Pero el gobierno rechaza ese método y prefiere las prioridades políticas, largas listas de espera y el mecanismo más aleatorio de todos, una lotería. La influencia política es lo que determina el tamaño de la cuota anual de inmigrantes y cómo se divide entre los grupos de presión. El resto se arregla por medio de listas de espera y de una lotería. El grupo más activo en establecer la cuota son los inmigrantes recientes que desean traer a cuantos parientes les sea posible. Otro grupo lo conforman personas que viven en países terribles y sienten que eso les da derecho como refugiados o asilados. Así, un millón de inmigrantes al año se convierten en residentes legales y permanentes únicamente porque tienen familiares aquí, se casan con alguien de aquí o porque nuestros políticos piensan que su país es apto para exportar refugiados.
 
Debido a que EEUU sólo permite el ingreso de pocos inmigrantes provenientes de países industrializados y democráticos, la gente de esos países no tiene familiares que hayan inmigrado recientemente y puedan pedir su admisión. Unos cuantos pueden tener la suerte de contar con habilidades especiales y calificar para una de las 65.000 visas H1-B que les permiten quedarse de tres a seis años, a menos que pierdan su trabajo.
 
Otras 50.000 personas se ganan la residencia en una lotería y pueden quedarse para siempre. Los ciudadanos británicos y canadienses no pueden participar en esa lotería porque no hablan otros idiomas. Esa es la política de inmigración de EEUU. Pero representa menos del 80% de la inmigración total, puesto que las prioridades arbitrarias y las largas colas son una invitación para evadir el sistema.
 
El presidente quiere dar a los inmigrantes ilegales una visa de tres años, si logran comprobar que tienen trabajo y si pagan una cuota. Esa gente está acá de todas maneras. Este es un plan que combina recompensas con penalidades para documentar a los indocumentados y hacerlos cumplir con ciertas normas. Moviliza parte de la economía informal al sector formal. Los críticos dicen que este plan va a reducir los sueldos de los trabajadores aquí. Pero, ¿por qué, si de todas maneras ya están acá? Lo que cambia es que ya no pueden quedarse indefinidamente y que pueden salir fácilmente de las sombras de la economía subterránea, donde no aplican las leyes de salario mínimo.
 
Es lamentable que se haya colocado al plan de Bush en los términos trillados que los extranjeros ilegales hacen trabajos que ningún estadounidense nativo haría. Si la oferta de trabajadores no capacitados no hubiese aumentado, los peores empleos pagarían más o habríamos ideado la manera de salir de ellos, como sucedió con el uso de maletas con ruedas en lugar de porteros. Esas personas ya están acá, nos guste o no. Lo que hace el plan Bush es identificarlos y sujetarlos a reglas más sensibles.
 
© AIPE

Alan Reynolds, economista y académico del Cato Institute.

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