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Alberto Acereda

Reglas para radicales

Tras Obama está la herencia de radicales como Alinsky y el grueso de quienes quieren acabar con la libertad y el sistema norteamericano, gentes que saben muy bien lo que están haciendo.

Tiene lugar este año el centenario del nacimiento de Saúl Alinsky (1909-1972), el radical neo-marxista norteamericano que inspiró a varios de los más importantes políticos actuales del Partido Demócrata, particularmente a los dos últimos candidatos a la presidencia en aquel partido: Hillary Clinton y al actual presidente Barack Obama. Aunque fue un hecho silenciado durante los años de Bill Clinton, es ya público que Hillary Clinton escribió su tesis universitaria en Wellesley College sobre Alinsky y expresó en varias ocasiones su admiración por sus ideas y la influencia de éste en su labor política. Obama también siguió abiertamente los pasos de Alinsky y fue "organizador de comunidades" en el sur de Chicago siguiendo y enseñando el método Alinsky en compañía de radicales racistas como Jeremiah Wright, terroristas como Bill Ayers o hampones como Tony Rezko.

Alinsky era un activista social que dedicó textualmente uno de sus libros al que él juzgó como primer radical de la historia: "Lucifer". Su método consistía en juntar a ciudadanos de un vecindario o comunidad en torno a reclamaciones y quejas, animándolos y dirigiéndolos a rebelarse y a protestar ininterrumpidamente. Alinsky entendió y puso en práctica la idea de que los residentes de una comunidad podían ser hábilmente organizados como agitadores a fin de alcanzar cualquier tipo de reforma por descabellada que fuera. Su principal libro –Rules for Radicals (1971)– expone sus ideas a modo de compendio de reglas tácticas para alcanzar el poder y constituye uno de los textos de cabecera de la izquierda norteamericana y también del actual presidente Obama.

Basta leer Rules for Radicals para darse cuenta de que mucho de lo que Obama ha venido haciendo en su carrera política tiene su origen en ese libro. Tanto es así que al portavoz de la Casa Blanca –Robert Gibbs– le han preguntado varias veces al respecto. Pese a la negación y el disimulo del portavoz, Obama sigue a Alinsky en varios aspectos, sobre todo en la importancia que aquel neo-marxista otorgaba a trabajar y ejercer el cambio desde dentro del sistema. O cuando Alinsky señalaba que cualquier cambio revolucionario debía ser presentado antes como un cambio afirmativo, de actitud pasiva y no amenazante. Con ese mismo disimulo actuó Obama en toda su campaña electoral, campaña que, no nos engañemos, sigue realizando también desde la misma presidencia y ya dentro del sistema pensando en 2012... Y quién sabe si también en 2016... Porque puestos al cambio, todo puede llegar y más si algún congresista de su partido empuja para cambiar la vigésimo segunda enmienda constitucional.

Mas volviendo a Alinsky, éste también proponía lo que Obama luego alcanzó también en su campaña: que los norteamericanos se sintieran tan frustrados, tan vencidos, tan sin futuro y esperanza en el sistema en el que vivían que se convenciera a la mayoría para dejar atrás el pasado (la tradición norteamericana del individualismo y la responsabilidad) y para apostar por cambiar el futuro. Los años Bush fueron los demonizados por Obama y, por defecto, su promesa como candidato era el hipotético cambio en el que todos debíamos creer.

Hoy Obama y los líderes del Partido Demócrata parecen seguir al dedillo las trece reglas para radicales presentadas por Alinsky en su libro. La tercera regla, por ejemplo, recomienda: "Siempre que sea posible, sal fuera de las experiencias del enemigo. Busca formas de aumentar la inseguridad, la ansiedad y la incertidumbre". Si el enemigo es el sistema capitalista y el liberalismo económico, vemos cómo Obama ha logrado aumentar la incertidumbre sobre lo positivo del capitalismo y lo está sustituyendo paulatinamente por el gigantesco intervencionismo del Gran Gobierno.

La cuarta regla de Alinsky recomienda: "Haz que el enemigo esté a la altura de su propio libro de reglas". Así, mientras los escándalos del Partido Demócrata son silenciados o disimulados, cualquier error del Partido Republicano se eleva a la enésima potencia. Basta mirar la lista de políticos con casos de corrupción que siguen hoy poblando el Partido Demócrata frente al inmediato cese que se produce de políticos errados en el lado republicano. La decimotercera regla de Alinsky es quizá la más importante: "Elegid el objetivo, fijadlo, asociadlo a una persona, y llevadlo al extremo". Los valores conservadores y su encarnación en figuras políticas como Sarah Palin, por dar un ejemplo, confirman la puntual aplicación de esa regla por parte del Partido Demócrata en términos de destrucción personal y política. Lo mismo ocurre con el ataque despiadado a medios y comentaristas políticos conservadores a quienes –como quería Alinsky– se intenta aislar y congelar como objetivo y se despedazan públicamente.

En este año del centenario de Alinsky no cabe mejor homenaje a la figura de tan peligroso figurón que el que Obama está dando a su mentor y al libro que –cual cartilla escolar– sigue el presidente sin pestañear. Porque tras Obama está la herencia de radicales como Alinsky y el grueso de quienes quieren acabar con la libertad y el sistema norteamericano, gentes que saben muy bien lo que están haciendo. Para que el "cambio" de Obama sea real y tenga resultados hace falta el caos social, la confusión, el desconsuelo del ciudadano y su convencimiento de que el futuro depende del supuesto bienestar que proporciona el Gran Gobierno.

Afortunadamente, los garrafales resultados de la gestión Obama para la sociedad norteamericana ya se van viendo cada vez más claros. Aunque producen el caos que Obama necesita, hay ya afortunadamente un importante sector de ciudadanos que han abierto los ojos a la realidad. Es por ello que la popularidad de Obama y, sobre todo de sus nefastas políticas, están ya en el punto más bajo en toda su presidencia. Pero importa resaltar que ese caos y confusión, el aumento del desempleo y la visión apocalíptica del futuro de Estados Unidos es precisamente lo que a corto plazo más ayuda a Obama y a cuantos, entre cortinas, le apoyan.

Contra lo que se piensa, el derrumbe del sistema financiero y la perpetuación de la actual crisis económica permiten a Obama seguir llevando a cabo –al menos hasta 2010 y de la mano de las mayorías del Partido Demócrata– la mayor ampliación del Gobierno en la historia de Estados Unidos y la radical transformación del sistema social y político norteamericano, tal y como quería Alinsky y sus cómplices. Ahí es donde entra la expansión gubernamental en todos los ámbitos, incluido el tema de la salud y el nuevo paquete de "estímulo" que Obama está ya cociendo con los suyos como fórmula para seguir engordando al Gobierno.

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