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Alberto Benegas Lynch

Un día triste para la humanidad

Una sociedad libre tiene sus riesgos, en el sentido de que unos pueden pretender lesionar el derecho de otros. En esta instancia del proceso de evolución cultural, el aparato de la fuerza –usualmente denominado gobierno– debe castigar debidamente aquellas lesiones a los derechos de las personas. Asimismo, los marcos institucionales deben permitir las contrataciones privadas para la adecuada seguridad en los hogares, en los vuelos comerciales, en las fábricas, empresas, etc. Pero la libertad simultáneamente ofrece el mayor grado de seguridad dado que en ese clima es donde mejor se preservan las autonomías individuales. En una sociedad libre los gobiernos limitan el uso de la fuerza como instrumento defensivo, nunca ofensivo.

Las agencias transmitieron recientemente una noticia que deja estupefactos a los espíritus libres. Se acaba de otorgar al gobierno de los Estados Unidos la facultad de realizar “escuchas telefónicas y otras formas de espionaje electrónico interno” bajo el paraguas de la ley antiterrorista. En nombre de la seguridad interna se autorizan acciones de espionaje que avasallan la privacidad y las libertades individuales. Esto es lo que temían los Padres Fundadores, los autores de los Papeles Federalistas y toda la tradición jeffersoniana. En nombre de la seguridad, paradójicamente, se elimina la seguridad puesto que la mayor de las inseguridades se produce cuando la fuerza del aparato gubernamental se emplea sin el debido proceso, sin orden judicial, dando rienda suelta a la arbitrariedad.

La guerra explícita o implícita en que se encuentran embarcados los EE UU es contra los totalitarismos pero, en el camino, y por estos procedimientos, se corre el riesgo de que el baluarte del mundo libre se convierta en una nación totalitaria. Si se recurre a los métodos de los talibanes se produce una horripilante metamorfosis en la que se adoptan los actos criminales del enemigo.

Lamentablemente, los EE UU se han venido latinoamericanizando los últimos tiempos. La abultada deuda externa, el astronómico déficit fiscal, los subsidios a la agricultura, las barreras arancelarias y los inusitados niveles de gasto público dan muestra de no haberse comprendido los fundamentos filosóficos sobre los que se estableció la nación.

Una carta de George Washington a Patrick Henry sostiene que “mi deseo más ardiente es que nos mantengamos estrictamente en nuestros asuntos... mantener a los EE UU libres de toda conexión política respecto de otros países”. Alexander Hamilton en los Papeles Federalistas (Nº 8) expresamente advierte del enorme peligro para las libertades en que se traducen las intervenciones militares en el exterior. Cada vez que hubo guerrra, la presencia del gobierno se hizo más notoria en los asuntos privados. Tengamos en cuenta que en los EE UU la participación del gobierno en la renta nacional era del 8% antes de la primera guerra y hoy es del 39%. Como ha escrito Robert LeFevre, “Una nación formada por hombres íntegros se ocupan de limitar a sus gobiernos...” y advierte sobre el peligro de que las fuerzas armadas estadounidenses participen de guerras en el extranjero. La historia, continúa este autor, “nos enseña que nos mantuvimos fuera de la guerra entre Rusia y Turquía en 1828. Nos mantuvimos fuera de la guerra de Austria en 1848, de la guerra de Crimea en 1854, de la de Prusia en 1866, de la Franco-Prusiana en 1870, de la China-Japonesa en 1894 y de los Boers en 1899 y de la invasión rusa en Manchuria en 1900 y de la guerra ruso-japonesa en 1903” y concluye diciendo que “las libertades individuales sobre las que este país [Estados Unidos] se fundó y que constituye un aspecto central en el corazón del pueblo americano está en completa oposición de cualquier concepción respecto de imperio e incluso de la intervención militar en el mundo”.

Pensemos en la catástrofe de Vietnam: cientos de miles de muertos para que todo el país termine siendo comunista. Gary Dempsey y Roger Fontaine acaban de publicar en el Instituto Cato una interesante obra en la que, entre otras cosas, escriben: “Washington dijo que iba a poner orden en Somalia pero dejó caos, fue a Haití para restablecer la democracia y produjo tiranía, intervino en Bosnia para revertir los efectos de la guerra civil y no logró el objetivo, ocupó Kosovo para establecer una democracia multiétnica y, en su lugar, se generalizó la llamada limpieza étnica”. Pensemos incluso en la segunda Guerra Mundial donde en Yalta terminó el proceso entregándole las tres cuartas partes de Europa a los rusos.

Comprendemos perfectamente el peligro que significan gobernantes canallas como el de Irak pero nada puede justificar que EE.UU. adopte procedimientos similares a los de ese país. Es del dominio público que en muchos países denominados “subdesarrollados” sus departamentos gubernamentales de inteligencia se ocupen de espionajes y de graves lesiones a los derechos de los gobernados. Esta es una de las razones por las cuales son subdesarrollados, pero en el caso de Estados Unidos que constituye la reserva moral del mundo libre, no podemos menos que recibir las noticias de marras con estupor, preocupación y desaliento. A nuestro juicio, la noticia comentada constituye un punto de inflexión en la historia de la civilización. Esperamos que estas medidas se reviertan para que se respire una atmósfera de seguridad.

© AIPE

Alberto Benegas Lynch es vicepresidente-Investigador Senior de la Fundación Friedrich A. von Hayek de Argentina.

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