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Alberto Gómez

Entre la mentira y el ridículo

Mientras que para el izquierdista todo es política, para la persona de derechas, la vida es un asunto individual y la política es algo que hacen unos aprovechados que aguantamos como una maldición bíblica.

No hay nada que tema más un progresista que le dejen en ridículo. Que diga mentiras y se lo demuestren no representa ninguna amenaza para él, porque sabe que en todo caso puede exhibir las buenas intenciones de fondo. Hay algunos liberales que han defendido que las mentiras de los calentólogos tenían alguna justificación por la magnitud de la amenaza que éstos percibían para el planeta, de ahí que cargaran las tintas. Serían unas amenazas basadas en datos en bruto que no se han dignado a compartir, pero en cualquier caso, esto muestra la manga ancha con que cuenta la izquierda aún en uno de los mayores escándalos de la más prestigiosa de las instituciones, la ciencia, prostituida por y para esta nueva vía hacia el socialismo ecológico. No es la verdad lo que importa para la continuidad de una agenda política. Son las intenciones.

Otra cosa es el ridículo, porque el ridículo desmonta la credibilidad de sus mismas intenciones. Exponer la fatuidad de todo un tinglado progresista, desmontar su parafernalia fraseológica, reírse de un demagogo iracundo, responder con indignación moral a un guión de teatrería victimista ensayada hasta la extenuación miles de veces es mucho más letal para su causa que la presentación fría de datos. Primero, porque no se lo esperan y segundo, porque atacar y obligar a defenderse es mucho mejor que defenderse siempre con la carga de la prueba de nuestro lado. Pero lo más importante es que aquél ante el que se perpetra todo este teatro, el ciudadano votante, desinformado y escasamente atento, perciba que hay un mínimo reparto de buenas intenciones y no un monopolio de la idea progreso por parte de la izquierda y una resistencia cínica e inarticulada por parte de la derecha. Al contrario que en la justicia, en la política no hay garantías de procesamiento, y la carga de la prueba está siempre en aquél que se hace oír menos.

Mientras que para el izquierdista todo es política, para la persona de derechas, creyentes más o menos en el esfuerzo y en que no hay atajos mágicos, la vida es un asunto individual y la política es algo que hacen unos aprovechados que aguantamos como una maldición bíblica. Hay una déficit de legitimidad en la derecha, pero tampoco es de extrañar que con esa visión negativa de la política haya un déficit de vocación para la acción política, más allá de la teoría. 

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