Varios años ha tardado el optimismo patológico de ZP en dejarse contaminar por un poco de realidad. "Ser optimistas es algo más que un acto de racionalidad, es una exigencia moral, un rasgo de decencia y, si me permitís, hasta de elegancia". Así habló Zapatustra en el año 2008. Analicemos esa frase.
En toda patología moderna suele haber algo que en el contexto primitivo tiene toda su razón de ser. El optimismo es algo central y constitutivo en todo revolucionario pacífico o violento. Pero en el optimismo late la creencia en el poder de la mente sobre la materia, presente en todas las religiones primitivas, que a su vez tienen su justificación. Una analogía: el golfista y el tenista creen que el movimiento del brazo después de haber impactado con la pelota es fundamental para dar un buen golpe. Y así es. Si no se completa el movimiento, el cerebro se ocupa de frenar el brazo aún antes de impactar la pelota en lugar de ocuparse en la puntería y la fuerza. Eso es energética y cognitivamente ineficaz, y nuestra percepción estética, que es una herramienta de evaluación, lo ve negativamente como agarrotamiento y falta de elegancia. De la misma forma, si somos escépticos, a la hora de planificar nos ocupamos más en defendernos del fracaso en lugar de planificar el éxito, y los demás nos ven dubitativos y agarrotados. Por tanto ser optimista es necesario y el optimista suele ser elegante.
Pero el entusiasmo no es suficiente en la sociedad moderna. Frases como "somos los mejores y vamos a ganar" es todo el plan que necesita en cualquier actividad sin sofisticación, sin conocimiento acumulado y con poca división del trabajo (por ejemplo, un equipo de partidores de troncos). Pero no sirve para un equipo de economistas o científicos. Ni siquiera para un equipo de fútbol. Por eso, además del entusiasmo, se necesita conocer cómo funcionan las cosas o no hay nada que hacer. En energía, no se pueden traspasar las leyes de la física por muy limpia que sea. En economía, el empleo no se defiende dificultando el despido y la riqueza no se crea ni se mantiene fabricando dinero. Eso es estrategia de tronzalari mezclado con pensamiento mágico, otra característica del animismo primitivo.
ZP es un ejemplar extremo, pero no deja de ser una muestra de la sociedad que quiere vivir bien como sea. El tabú primitivo de no pensar en cosas negativas, aunque reales, es lógico dentro de esa visión del mundo y de eso el español sabe mucho. Pero el considerar inmoral que lo hagan los demás, como dice ZP, empieza a ser peligroso, porque, lógicamente, las creencias del iluso y su fracaso inevitable le llevan desde el poder a convertirse en el líder de un régimen que vive en la irrealidad y que pronto tendrá que recurrir a la violencia.
