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Alberto Míguez

1. Dieciséis candidatos que son dos

Pocas veces en la hasta ahora aburrida vida política francesa se había dado tanta variedad y tanta diferencia entre los candidatos a la presidencia de la República. Las elecciones del próximo domingo contarán con nada menos que dieciséis candidatos y no serán más porque algunos de los treinta dispuestos a competir no lograron el aval de 500 firmas de electos municipales, imprescindibles para poder presentarse. Entre los que se quedaron destaca el ex ministro del Interior, Chales Pasqua, un individuo caracterizado por su legendario mal humor y su increíble parecido con el cómico Fernandel. En esta nueva “cosecha” de candidatos hay de todo. Tres aspirantes troskistas (representantes de las múltiples familias de la extrema izquierda); una integrista católica, una ecologista de derechas, un “verde” que pretende ser de extrema izquierda aunque apoya a la izquierda plural (que encabeza Lionel Jospin), un representante del pintoresco grupo “caza, pesca, naturaleza y tradición” (que arrastra nada menos que al 5% del electorado), un republicano “jacobino” y también ex ministro del Interior (Jean-Pierre Chevenement) anti-americano y amigo de Saddam Hussein, dos disidentes de la derecha gobernante, dos candidatos de la extrema derecha y un aspirante comunista (el secretario general del PCF, el moderado Robert Hue).

Claro que ninguno de estos variopintos y diversos candidatos tiene posibilidades de disputar la segunda vuelta, puesto que se da como seguro que serán Jacques Chirac y Lionel Jospin quienes alcanzarán los porcentajes superiores para acceder a la prueba decisiva. Lo mismo que sucedió en 1995, cuando Chirac ganó la presidencia con un resultado muy ajustado a quien es hoy su primer ministro. La eventualidad de que se repita lo sucedido hace siete años, con los mismos personajes en la batalla final y unos programas semejantes, por no decir idénticos, apasiona poco a los franceses, de modo que el porcentaje de abstención podría rondar el 40% según los más pesimistas. Además, en esta primera vuelta todo el mundo sabe que no se decide el nombre del futuro presidente de la República: es una prueba –a mi modo de ver, admirable y utilísima– para saber por dónde caminan las simpatías, preocupaciones y esperanzas del electorado ante el momento de la verdad que se producirá quince días después, el 5 de mayo para ser más exactos.

Sin embargo los resultados de esta “primera vuelta” influirán mucho sobre los de la segunda. Tres candidatos secundarios pero decisivos tendrán la palabra y podrán ayudar o dificultar a Chirac y Jospin para que consigan entrar en el Palacio de Elíseo. Son, por orden de importancia, el ultraderechista Jean Marie Le Pen, el jacobino de centro-izquierda, Jean Pierre Chevenement y la troskista de extrema izquierda, Arlette Laguiller, tres personajes muy distintos y todavía más distantes ideológicamente, a quienes las encuestas y previsiones les otorgan el 15% (Le Pen), 11% (Chevenement) y 9% (Laguiller). Curiosamente, dos de ellos –Le Pen y Laguiller– colocados en los extremos del mapa político, se sitúan también extramuros del sistema, de modo que tendrán enormes dificultades para pronunciarse a favor de Chirac y Jospin, a quienes consideran partes integrantes del mismo. Todo dependerá de si a la hora de la verdad deciden aconsejar a sus electores que voten a uno u otro en la segunda vuelta.

Por lo pronto, Le Pen se ha convertido ya en el “tercer hombre” en liza, e incluso se pavonea asegurando que podría estar en la segunda vuelta y disputarle a Chirac o Jospin la presidencia. Es dudoso que lo consiga, pero el “efecto Le Pen” preocupa ya, y mucho, a todos en Francia. Si en la primera vuelta lograra superar la barrera del 15% –que ya consiguió en las elecciones de 1995– y situarse a uno o dos puntos del actual primer ministro, Lionel Jospin, sería gravísimo. El escándalo de Haider en Austria sería una broma.

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