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Alberto Míguez

2. La irresistible ascensión de Jean Marie Le Pen

El presidente y fundador del ultraderechista “Frente Nacional”, Jean Marie Le Pen, no es un recién llagado a la política francesa. Precisamente por eso resulta relativamente novedoso que este personaje, mezcla de aventurero barojiano y chulo de barrio, pueda convertirse en la medianoche del domingo, día 21 de este mes, en el “tercer hombre” de la competición electoral, al menos en lo que respecta al número y calidad de votantes.

En efecto, si las encuestas pre-electorales no se equivocan –y en Francia no suele ocurrir–, el ultraderechista Le Pen podría conseguir entre el 15 y el 16% de los sufragios emitidos y se colocaría a una distancia muy corta del actual primer ministro, Lionel Jospin, a quien las encuestas dan entre el 16 y el 18%. Es poco probable, sin embargo, que Le Pen pueda disputar la segunda vuelta de estas elecciones (5 de mayo próximo) al candidato de la derecha y actual presidente, Jacques Chirac, que obtiene en las encuestas entre un 18 y un 21%. Pero, a estas alturas y dada las veleidades de un electorado muy seguro (el Frente Nacional consiguió en las pasadas elecciones presidenciales de 1995, el 15%), nadie está seguro de que el estentóreo Le Pen no logre estar en el tramo final de estas elecciones. Desde el punto de vista político sería un auténtico terremoto para Francia y para Europa, sólo comparable con el triunfo del también ultraderechista Haider en las elecciones austriacas.

Le Pen, condenado en varias ocasiones por desacato, agresión y racismo (ha repetido hasta la saciedad que el holocausto de los judíos fue una invención de los... masones) ha logrado convertirse ya en el “tercer hombre” de la política francesa pese a la escisión que hace dos años sufrió su “Frente” (su “delegado nacional” y presunto heredero, Bruno Megret, fue expulsado del partido y constituyó un grupo autónomo, el Movimiento Democrático Republicano) y los feroces ataques del “sistema” contra su persona.

Le Pen culpa a su más “íntimo enemigo”, Jacques Chirac, de haber intentado impedir que pudiera participar siquiera en las elecciones presionando ferozmente a su clientela para que no consiguiera las 500 firmas preceptivas de “elegidos municipales” para formalizar su candidatura. El líder ultraderechista juró en arameo que haría pagar al líder de la derecha y actual presidente aquella jugarreta. Y es muy capaz de cumplir su amenaza, porque Chirac dependerá del voto del Frente Nacional para ser re-elegido. Es casi seguro que en el momento de la verdad, Le Pen dirá a su disciplinado y compacto electorado que cualquier cosa es mejor que el presidente actual “mancillado por escándalos y latrocinios”, “mentiroso y farsante”.

¿Qué ha motivado el anunciado éxito de Le Pen? La primera razón es la inseguridad y el aumento espectacular de la delincuencia y de los delitos contra las personas y la propiedad, una lacra que en Francia está batiendo records históricos desde hace varios meses, y que en algunas regiones ha subido hasta un 20% en relación con años anteriores.

Le Pen y sus amigos culpan al gobierno del socialista Lionel Jospin por su política laxista e incompetente de esta situación, pero también al presidente de la República. Le Pen cree –y lo dice sin ambages– que el principal motivo de este rebrote de la delincuencia son los emigrantes. Y propone medidas drásticas para acabar con la inseguridad, sobre todo en las zonas urbanas pero también en las rurales (donde la delincuencia ha subido mucho más) mediante leyes mucho más severas, más y mejor policía, patrullas ciudadanas, jueces y magistrados, sistemas de control público y privado. De los casi sesenta millones de potenciales votantes, un 80% se muestra preocupado o muy preocupado por la inseguridad reinante y pide a las autoridades, sea cual sea su ideología, medidas drásticas y severas. La denuncia de Le Pen y sus propuestas han logrado a lo largo de estos meses progresivas adhesiones y no sólo entre la clase media urbana. Entre los votantes del Frente Nacional se encuentran millones de trabajadores, obreros, campesinos, pequeños comerciantes y funcionarios que antaño votaban al partido comunista o a la izquierda.

La inseguridad en general y la tensión en las llamadas “cités” (barrios periféricos, mayoritariamente poblados por emigrantes de origen árabe o magrebí) han sido el gran movilizador de este electorado que Jospin y Chirac han intentado “capturar” a lo largo de una campaña electoral especialmente tediosa mediante promesas que sonaban a música celestial. El argumento del ya anciano (73 años) y deslenguado Le Pen contra el presidente y el primer ministro actuales fue muy sencillo: si no lo arreglaron en los últimos siete años ¿por qué habrá de hacerlo ahora?

Curiosamente en el bando de quienes propugnan medidas severas contra delincuentes, gamberros y alborotadores se encuentra también el ex ministro del interior socialista, Jean- Pierre Chevenement, que ha levantado la bandera de la Francia unida, republicana y laica ante un primer ministro que ha transigido en exceso frente a los nacionalistas corsos hasta el punto de ofrecerles un estatuto de autonomía que le parece a Chevenement –y a muchos millones de franceses también– una concesión y una traición. Chevenement puede también recoger muchos miles de votos –que obviamente saldrán de la bolsa de la izquierda– y jugar un papel muy parecido al de Le Pen con respecto a la derecha.

Nadie duda ya que, a estas alturas, esa Francia centralista y jacobina, que tiene miedo y no sale de noche, que sufre a diario la inseguridad y las agresiones de los “metecos” (extranjeros) o de los “beurs” (segunda generación de emigrantes con nacionalidad francesa pero religión y costumbres musulmanas), arrancará muchos votos a los dos protagonistas anunciados de la segunda vuelta. Si Chirac y Jospin hacen oídos sordos a este clamor, en el futuro –sea quien sea el que acceda a la presidencia el 5 de mayo– lo pagarán muy caro.

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