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Alberto Míguez

3. Entre el cansancio y el escepticismo

Casi sesenta millones de franceses deberían votar el domingo en la primera vuelta de las elecciones presidenciales por alguno de los dieciséis candidatos que se presentan a esta singular competición, y de la que saldrán a su vez otros dos que se disputarán el próximo 5 de enero la jefatura del Estado. Es dudoso, sin embargo, que la mayoría de estos cincuenta y nueve millones y pico de franceses (censo del 2001) acuda a las urnas. Todos los analistas y expertos anuncian una abstención record que podría repetirse dentro de algunas semanas en las elecciones legislativas, ya convocadas. Los franceses están un poco hartos de elecciones, y eso que están empezando.

Hay, obviamente, en el electorado francés cierto cansancio; y lo que es peor, gran escepticismo. Son muchos los ciudadanos para quienes ninguno de los dos candidatos que, muy probablemente, competirán el 5 de mayo —es decir el actual presidente de la República, Jacques Chirac y el actual primer ministro, Lionel Jospin— tiene mucho que ofrecer después de tantos años en el poder y de tantas promesas incumplidas. Dos palabras describen bastante bien la situación: grogne (malestar subterráneo, malhumor) y morosité (escepticismo, desencanto). Una sociedad escéptica, malhumorada y un tanto harta de una clase política que en los últimos años ha dado prueba de una insensibilidad creciente hacia las desigualdades más llamativas, la fractura social, la marginalidad, el paro y el desarraigo; mientras favorecía sus propios privilegios y se dotaba de una coraza de impunidades que le permitía salir gallardamente de todos los escándalos, estafas y latrocinios (lo que en Francia se llama les affaires) desde la cúpula del Estado hasta la más humilde municipalidad.

Los franceses sienten, en efecto, que su macroestado es fuerte, pero está anticuado; no es capaz de adaptarse a las necesidades de la globalización y de la Europa que viene. Pero no apuestan a fondo —por cultura y convicción— por una descentralización que podría destruir los ideales republicanos y unitarios. Esos mismos franceses miran con aprensión la existencia de una sociedad mestiza, mezcla de razas, religiones y costumbres, como única salida de urgencia a una demografía débil que se recupera con lentitud gracias a una política natalista inteligente y exitosa.

Tanto los más jóvenes como los más mayores creen casi unánimemente que es necesario adaptarse al mundo que viene; pero expresan su desconfianza ante la globalización inevitable, la UE, la transferencia de competencias y soberanías, etc. Es una sociedad conservadora pero no reaccionaria, liberal y próspera, culta y laica, apegada pasionalmente a conceptos tales como la escuela pública, la separación de la Iglesia y el Estado, el idioma común, el patriotismo, la tierra y la Historia.

Esta sociedad de ciudadanos sufre por una Francia cada día menos influyente en el contexto europeo y mundial. E intenta recuperar el terreno perdido mediante un esfuerzo considerable —aunque no siempre eficazl— en terrenos como la cooperación cultural y científica o la participación militar en las operaciones de implantación de la paz. Los franceses saben que no pueden quedarse aislados en su bello y rico país, y que es necesario asomarse al exterior.

Todas las encuestas coinciden en que los ciudadanos evalúan a sus políticos de forma crítica, creen que no se los merecen y lamentan su incapacidad para responder a los problemas de la gente. Esta desconfianza se reflejará sin duda en la tasa de abstención de este primer turno o vuelta presidencial: se prevé que alcance un 30% o incluso más, un 3% más elevada que en 1995. La mayor tasa de abstención se situará entre los jóvenes, lo que obviamente no es muy alentador. En ello ha influido, desde luego, el hecho de que los programas de los principales aspirantes, Chirac y Jospin, sean muy semejantes y que la campaña electoral, cortés e insípida, se haya deslizado sin incidentes; a excepción de las baladronadas de Jean Marie Le Pen o las inocentes propuestas “revolucionarias” de la eterna Arlette Laguiller, la candidata trostkista que recogerá muy probablemente el voto del descontento marginal, nada despreciable por cierto.

Los resultados de esta primera vuelta ofrecerán un cuadro bastante significativo del paisaje político francés, con sus diferencias, sus aspectos pintorescos y renovadores, sus vicios y sus virtudes. Las minorías podrán expresarse gracias a los variopintos candidatos, algo que en la mayoría de los países europeos —España es un caso paradigmático— resulta imposible a causa de los sistemas electorales que favorecen a las mayorías. Tras esta primera vuelta vendrá el momento de la verdad: el 5 de mayo, quince días después, los dos candidatos colocados deberán batirse el cobre a fondo y enfrentarse con cara de perro. Lo que pase este domingo, 21 de abril, será más ilustrativo que decisivo. Se sabrá, por ejemplo, qué ha quedado de los comunistas, qué pinta la extrema-izquierda francesa en sus tres familias separadas, qué importancia tienen los dos disidentes de la derecha gubernamental (el liberal Madelin y el centrista Bayrou) y, sobre todo, cuál es el poder real y la fuerza electoral de la extrema derecha del Frente Nacional. Con estos datos en la mano, Jospin y Chirac, deberán replantearse la segunda vuelta. Uno u otro se convertirán en Presidente de la República francesa hasta el 2007, dado que tras la reciente reforma constitucional, el mandato presidencial francés ha pasado de siete a cinco años.

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