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Alberto Míguez

Abstención, fraude y violencia

Dieciocho millones de ciudadanas y ciudadanos deberían elegir en las próximas horas a 389 diputados para la Asamblea Nacional de la República Democrática y Popular de Argelia. Es poco probable que lo hagan, porque se anuncia una abstención record en un país acostumbrado al fraude electoral, la dictadura del partido único y la corrupción política generalizada.

Aunque el actual presidente de la República, Abdelaziz Buteflika, anunció que “en esta ocasión no habría fraude” (reconociendo así que en las anteriores elecciones de 1997, sí lo hubo) los argelinos serán reticentes a esta nueva experiencia “parademocrática”. Muchos factores intervienen en el nulo entusiasmo popular por estas elecciones.

En primer lugar, los dos grandes partidos de la oposición democrática, el Frente de Fuerzas Socialistas que lidera el carismático Ait Ahmed y la Unión por la Cultura y la Democracia de Said Saadi, una organización nacionalista kabil (bereber), anunciaron hace días que se abstendrían de participar en “la nueva mascarada electoral”.

También estarán ausentes los islamistas que en 1992 ganaron las elecciones y provocaron con su victoria la intervención del ejército y la guerra civil que siguió y todavía sigue. Una organización que hubiera podido recoger el voto islamista (el FIS, Frente Islámico de Salvación, está prohibido y sus dos principales líderes, en la cárcel), el partido Wafa, que lidera Ahmed Taleb Ibrahimi, exministro de justicia durante la dictadura de Bumedien, ha sido también prohibido y el partido Ennhada, islamista moderado, ha perdido en los últimos años el apoyo que algunos musulmanes piadosos y pacíficos le profesaban. Lo mismo sucede con otros grupúsculos levemente islamistas como El Islah o la “Sociedad Pacífica”. Es dudoso, sin embargo, que logren entrar en la Asamblea, como tampoco le será fácil al Partido de los Trabajadores (trotskista) que lidera una mujer, Luisa Shanum.

Todo indica, pués, que serán los dos partidos del poder, el Frente de Liberación Nacional (FLN), antaño partido único (y ahora semiúnico) y la Union Nacional Democrática (RND), un partido inventado por el anterior presidente, el general Liamin Zerual, los que ganen estas elecciones hechas a su medida.

En las actuales condiciones resulta más que probable que el actual Primer ministro, Alí Benflis, que es también secretario general del FLN, lo siga siendo y gane, de paso las elecciones. Ni qué decir tiene que un panorama tan sórdido y tramposo entusiasma poco a los argelinos, que desean ante todo el final de la violencia y la recuperación económica y social del país, degradado hasta límites desconocidos. Ambas cosas parecen un tanto lejanas en las actuales circunstancias.

Si bien es cierto que la violencia de los grupos armados islamistas (especialmente el Grupo Islámico Armado, GIA, y el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate, arma de Al Qaeda de Ben Laden) son ahora menos activos que hace un par de años, no lo es menos que a diario siguen asesinando en todo el territorio nacional y que las fuerzas del orden parecen incapaces de acabar con esta guerrilla tan experimentada como feroz.

No menos de doscientas personas han muerto durante la campaña electoral a manos de los islamistas, y en lo que va de año, la cifra ronda el medio millar de víctimas degolladas o quemadas por estos bárbaros, a quienes importa poco la edad, condición o sexo.

A la guerra entre islamistas y fuerzas de seguridad (la población civil está en el medio y sufre las consecuencias) se añade además la tensa situación existente en la Kabilia, una región abrupta y de gente valerosa, donde las tribus llevan prácticamente en rebelión contra el poder de Argel desde hace más de dos años. Pese a las concesiones hechas por el presidente Buteflika a los nacionalistas kabiles (entre otras el reconocimiento de la lengua kabil como co-oficial con el árabe y su enseñanza en la Universidad y en las escuelas) la situación está degradada hasta un límite insoportable. La paradoja es que, mientras tanto, los islamistas multiplican sus actos de vandalismo y violencia contra los propios kabiles a quienes acusan de infieles y ateos.

En estas circunstancias, sería casi un milagro que las elecciones legislativas de este jueves fueran un éxito, no hubiera fraude y participase en ellas más del 50% del censo electoral. Pero sería todavía un milagro mayor que tras este ensayo electoral los argelinos terminasen aprobando la gestión del presidente Buteflika, a quien se considera un fantoche de los generales y coroneles, el verdadero poder en la sombra.

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