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Alberto Míguez

Advertencia y condena

Para nadie puede ser una sorpresa que los colombianos hayan castigado electoralmente a los dos partidos tradicionales (liberales y conservadores) y, a través de ellos, a su clase política. A nadie puede extrañarle tampoco que las opciones “independientes” de derecha o de izquierda hayan subido fuertemente en las elecciones del domingo. Ni tampoco que los amigos del candidato presidencial Álvaro Uribe, que predica desde hace años mano dura contra la guerrilla, hayan obtenido las votaciones más altas del país.

Todos estos resultados tienen una interpretación relativamente simplista: los colombianos están hartos de una clase política que no resuelve sus problemas y que ostenta uno de los récords de corrupción más altos del mundo. Pero sobre todo, están hartos de que quienes les prometieron paz, prosperidad y seguridad los hayan engañado al tiempo que hacían concesiones territoriales descabelladas a una gavilla de criminales y narcotraficantes, que otra cosa no son las guerrillas de las FARC y el ELN.

A la cabeza de estos farsantes o ingenuos, que de todo hay, está el actual presidente Andrés Pastrana, que tras tres años de idas y vueltas se cayó al fin del guindo y reconoció que su interlocutor amantísimo, el bandolero Marulanda o “Tirofijo”, se había burlado de él, algo que más o menos barruntaban desde el principio sus compatriotas.

El primer perdedor y condenado de estas elecciones (“una fiesta cívica”, según los observadores de la OEA: 56% de abstención) fue Pastrana. Dentro de unas semanas habrá nuevas elecciones, esta vez presidenciales, y será entonces cuando, de verdad, los ciudadanos de este martirizado país se la jueguen. Pero la pesadilla de Pastrana y sus amigos será ya historia y tal vez Colombia ingrese en una nueva etapa de su historia. Ojalá.

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