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Alberto Míguez

Arafat, el principal obstáculo

Como le sucedió a su antecesor, Abu Abas, y sin duda le ocurrirá también a quien le suceda, el nuevo primer ministro palestino, Abu Alá, tiene los días contados y un gobierno que tendrá todas las dificultades para funcionar porque Yaser Arafat seguirá impidiéndoselo.

Este “gobierno de emergencia” nace muerto porque el verdadero poder —el control de las fuerzas de seguridad y de los servicios secretos— continuará en manos de Arafat y el “rais” palestino rehúsa cedérselo al nuevo primer ministro y a su ministro nonato del Interior, que ni ha jurado su cargo ni seguramente lo jurará. Mientras algunos creían que estaba agonizando, Arafat seguía con sus conspiraciones y celadas en la Mukata, su cuartel general.

La negociación con Abu Alá para la formación del nuevo gobierno ha durado semanas y al final, la montaña parió un ratón. La situación está como estaba: el ejecutivo palestino no tiene la voluntad ni la fuerza para acabar con los grupos terroristas (Hamas, Yihad Islámica, Mártires de Al-Aqsa, etc) que siguen preparando atentados en territorio palestino. Y el ejecutivo israelí sigue dispuesto a responder sin ambages ni contemplaciones aplicando la ley del Talión ya sea en Gaza y Cisjordania, Siria o el Líbano.

Sharon y sus colaboradores han dejado ya claro que no negociarán nada con Arafat porque lo conocen y saben por experiencia que ni cumple con sus compromisos ni tiene capacidad para hacerlos cumplir de modo que no le queda más salida que tantear al nuevo primer ministro por si éste quiere intentar una vez más lo que sus antecesores fueron incapaces de hacer. A medida que pasan los días y semanas, la Administración norteamericana se desinteresa cada vez más del drama israelo-palestino y no sólo porque se aproximan las elecciones sino más bien porque nadie ve en la actual situación una salida viable. Todo está aparentemente bloqueado.

Los europeos siguen insistiendo en que Arafat representa la única legitimidad del pueblo palestino y que, tarde o temprano, habrá que contar con él para alcanzar un acuerdo por modesto e inviable que parezca. El problema estriba en que ese mismo Arafat, legitimado por unas elecciones lejanas, no parece dispuesto a ceder nada a nadie, sean sus amigos o sus adversarios. Está encerrado en sus delirios y en sus venganzas, no quiere delegar poder alguno y juega a la ruleta rusa con sus colaboradores más próximos. En la “hoja de ruta” poblada de obstáculos, Arafat siguen siendo el obstáculo principal.

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