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Alberto Míguez

Buenas palabras

Horas antes de que el llamado “cuarteto” de Madrid (es decir, los representantes de Estados Unidos, Rusia, Naciones Unidas y la UE) emitieran un solemne y bienintencionado comunicado sobre cómo acabar con la tragedia que día a día viven israelíes y palestinos, un hombre-bomba palestino se hacía estallar en un autobús israelí cargado con civiles, inocentes e indefensos todos ellos.

La apacible imagen de Kofi Annan desgranando lugares comunes como que este conflicto no tiene solución militar y que los palestinos deben abstenerse de cometer actos terroristas y la otra imagen de las ambulancias israelíes trasladando cadáveres despedazados, define con mayor consistencia que los sesudos análisis aprobados en Madrid por Ivanov, Powell, Solana, Piqué y Aznar, lo difícil que es salir de la espiral sangrienta.

Pocas personas por muy alteradas que tengan sus facultades morales podrían discutir que la Declaración del “cuarteto” de Madrid está inspirada en los más nobles principios. Pero pocas personas también serían capaces de garantizar la operatividad y eficacia de la tal Declaración, máxime cuando sus firmantes prefirieron descargar en las anchas espaldas del Secretario de Estado americano la labor de llevarla a cabo, tarea nada fácil aunque cuente con el apoyo de todos en todas partes.

La Declaración de Madrid es un benévolo síntoma de preocupación planetaria por lo que está sucediendo en Israel y en Palestina. Pero no va mucho más allá: ni impedirá el terrorismo suicida ni evitará que Israel responda de forma contundente a la irracional agresión de que está siendo objeto. Desear que el conflicto no se extienda al Líbano, que Israel se retire de los territorios palestinos y que Arafat detenga las acciones terroristas de sus compatriotas y subordinados, son solamente buenos deseos pero no sirven en la urgencia actual para gran cosa.

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