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Alberto Míguez

Castro tiene miedo

La XI Cumbre Iberoamericana de Lima se ha quedado sin su artista exclusivo. Desde 1991, en la primera reunión de este tipo celebrada en Guadalajara (México), el dictador cubano protagonizó todas estos encuentros para gozo y provecho de periodistas y curiosos.

Las Cumbres estaban condenadas a soportar el “show” del comandante en jefe. Este año, pues, el interés periodístico –en el sentido más cutre de la expresión– se reduce considerablemente.

Sólo el extravagante Hugo Chávez, el otro espadón del continente, podrá sustituirlo e incluso mejorar su actuación por poco que se lo proponga, aunque debe reconocérsele a Castro mayor experiencia escénica y más capacidad de improvisación ante las multitudes de beatos y lamefístulas criollos que lo aclaman.

Por mucho que lo intente Chávez, nunca igualará a su amigo y mentor en la comedia bufa de la política iberoamericana. Le faltan condiciones y veteranía, pero dado que el papel de caricato mayor se quedará vacante más pronto o más temprano, la cita de Lima puede servirle como base de lanzamiento y ensayo. Chávez viaja, como siempre, acompañado por la espada de Bolívar, una joya de artesanía full “made in Taiwán”.

En cuanto a Castro, esta vez no se desplazó a Lima simplemente porque tiene miedo. A medida que envejece, el tiranosaurio rex tiene más miedo que vergüenza a que el malvado imperialismo lo ejecute. El año pasado, en Panamá, montó un estrafalario número inventándose que un comando de exiliados anticastristas formado por dos ancianos con los ochenta cumplidos fueron enviados allí para ultimarlo. Ni sus más entusiastas le creyeron.

Ahora ha intentado repetir el número argumentando que en Lima no existían las condiciones de seguridad idóneas, según le informaron sus policías (más de doscientos) enviados con tres meses de antelación a la capital peruana, y prefirió renunciar porque, en estas semanas de confusión, con la CIA pisándole los talones a Ben Laden, nunca se sabe...

Lástima que el histrión caribeño no pasee estos días por San Isidro, el barrio exclusivo de Lima donde se celebra la reunión. La Cumbre en sí tenía un interés muy limitado, pero sin las payasadas del tirano, se desinfló. Puede ser el final del actual modelo de Cumbres, convertido en la joya de la corona diplomática española. Una lástima.

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