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Alberto Míguez

Catástrofe y sectarismo

Antes siquiera de evaluar las pérdidas materiales y humanas del reciente terremoto y las necesidades materiales para paliarlas, las autoridades iraníes advirtieron que no aceptarían ningún tipo de ayuda de Israel.
 
Todos los países del mundo, incluido el que los clérigos iraníes califican como el "gran Satán", es decir, Estados Unidos, habían ofrecido en las horas posteriores a la tragedia el envío de ayuda material y técnica en un gesto de solidaridad corriente entre la humanidad civilizada. Pero el gobierno reformista "liberal" del ayatolá Jatamí se adelantó para advertir que de Israel ni medicinas, ni médicos, ni alimentos ni técnicos especializados en este tipo de catástrofes: nada de nada.
 
Ningún contencioso de carácter económico, territorial, político, cultural o étnico separa a Irán de Israel. En un momento dado incluso, antes de que se instalara en Teherán la teocracia ignorante, intemperante y destructora de Jomeini y sus clérigos, ambos países mantuvieron relaciones correctas y mutuamente respetuosas.
 
Hasta que el fanatismo chií incluyó al Estado hebreo entre los países a eliminar de la faz de la tierra. Simplemente por razones religiosas: para los dirigentes iraníes no hay espacio para quienes disienten de sus tesis o no coinciden meticulosamente con las mismas. La disidencia interna o externa se condena con la horca o la excomunión.
 
Cuando un vecino de Irán, Turquía –país musulmán gobernado por un partido islámico y nada sospechoso de simpatías sionistas sufrió una catástrofe semejante a la que hoy se abate sobre Irán, Israel envió ayuda técnica y material sin por ello exigir nada a cambio ni mucho menos concesiones políticas o religiosas. Era un gesto de solidaridad corriente entre países civilizados. Pero la civilización que los "liberales" de Teherán quieren ahora exhibir consiste en escupir a quien intenta ayudarles sin pedir obviamente nada a cambio.
 
Precisamente por eso –y lamentando la muerte de miles de inocentes– quienes estos días en Oriente y Occidente ofrecen generosamente su ayuda y solidaridad con las víctimas de Bam –entre ellos el propio Gobierno español y varias organizaciones no gubernamentales– deberían evaluar cuidadosamente el comportamiento de los clérigos de Teherán a quienes obviamente les importa un pimiento la vida o la muerte de sus súbditos y que aprovechan cualquier oportunidad, por muy sagrada que sea para fustigar a sus enemigos, cuya nómina planetaria es extensísima, caprichosa e irracional. Por muy respetables que sean las razones de tal solidaridad, no siempre quienes la reciben merecen respeto y consideración.

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