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Alberto Míguez

De rodillas ante un payaso

La gran actriz María Félix acaba de hacer en Cuernavaca (México) unas declaraciones sobre el licenciado Sebastián Guillén, alias “subcomandante Marcos”, que no tienen desperdicio y que acaban con tanto ditirambo y genuflexión babosa a la que un grupo de intelectuales europeos y locales acostumbró a tan extravagante individuo.

“¿Por qué nos viene a insultar a los mexicanos este payaso ridículo?”, se preguntaba la octogenaria actriz utilizando un epíteto que muchos mexicanos seguramente comparten. La payasada que Guillén y sus “comandantes” están ofreciendo rodeado de sus encapuchados y pánfilos foráneos constituye un espectáculo que interesa cada vez menos al pueblo llano que lo vitoreó cuando llegó fumando en pipa a la plaza del Zócalo hace días.

El problema que tiene Guillén es que a medida que pasa el tiempo su imagen se va reduciendo a tamaño real: mezcla de prestidigitador y ventrílocuo indígena.

La clase política mexicana parece haberle tomado ya las medidas y cada día resulta más improbable que le permitan entrar encapuchado en el Congreso de los Diputados para imponer --discutirla le parece indigno de su figura— una disparatada Ley de Derechos y Cultura Indígena.

En una prueba máxima de caradura, Guillén acaba de negarse a participar con el presidente mexicano en un diálogo público porque, según él, “Fox quiere montar un show con los medios de comunicación”, algo que lleva haciendo —con bastante éxito, por cierto— este profesor pequeño burgués transmutado en indígena chiapaneco. A medida que pasen los días, las naderías de Guillén irán creciendo. Hasta la traca final que concluirá con su regreso al monte, armado y desacreditado.

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