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Alberto Míguez

Depositen las armas a la entrada

Se vuelve a hablar de diálogo directo entre el primer ministro israelí, Sharon, y el presidente de la Autoridad Palestina, Yaser Arafat para acabar con la violencia actual y retomar unas negociaciones abruptamente suspendidas tras las elecciones. El mediador necesario y obligado entre ambos dirigentes es naturalmente Simon Peres, flamante ministro de Asuntos Exteriores.

Pero Sharon no se chupa el dedo y ha dejado claro que sin una prueba clara e inmediata de que Arafat está dispuesto a parar la Intifada II no habrá conversaciones, ni foto ni sonrisas. Dice Sharon —y ahí le acompaña la inmensa mayoría de las fuerzas políticas israelíes— que mientras siga habiendo ataques, bombas, pedradas o kamikazes, de diálogo, nada.

Es una condición irrenunciable: Arafat debe dejar las armas en el vestíbulo si de verdad quiere que Sharon se siente a su vera para negociar lo que sea, que no será cualquier cosa.

Hay, en efecto, tres asuntos que para Sharon y sus seguidores son innegociables. En primer lugar, el cese de la violencia como prólogo para cualquier diálogo, en segundo término la cesión de algunas partes de Jerusalén oriental (la explanada de las Mezquitas o del Templo, el Muro de las Lamentaciones) a los palestinos para que instalen allí su capital. Y en tercer lugar, el “derecho al retorno” de los casi cuatro millones de refugiados, extrañados o exiliados palestinos.

Ninguno de estos temas será susceptible de regateo o rebaja por parte israelí aunque probablemente sí podrán discutirse asuntos como la retirada total de los israelíes de Cisjordania o incluso la creación y proclamación de un Estado palestino independiente y soberano.

Sostiene Sharon que cualquier fantasía o especulación en torno a lo que podría conseguirse mediante una larga labor de zapa e insistencia por parte palestina, sería vana. Y no es el único en pensar así: hasta la izquierda israelí más “liberal” apoya esta tesis.

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