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Alberto Míguez

Doble moral o doble juego

Las inequívocas palabras del rey Mohamed VI en su primer día de vista oficial a Madrid ante la colonia marroquí sobre los excesos racistas que se produjeron hace meses en El Ejido y en otras localidades españolas, no merecería comentario alguno si las pronunciase cualquiera ajeno al drama de las miles de personas que anualmente se ven obligadas a huir de su país para alimentarse, vestirse y educarse convenientemente: como es el caso de los emigrantes marroquíes que llegan a España en condiciones espantosas.

El drama diario del pueblo marroquí, acogotado por la explotación, el hambre y la opresión de oligarcas y funcionarios corruptos, algo tiene que ver sin embargo con el “malik” (rey) alauita que administra la herencia de su difunto padre, uno de los hombres más ricos del mundo en su época.

Algo tiene que ver también el régimen marroquí con las mafias que envían a la muerte a personas indefensas en “pateras”, o con las redes de narcotraficantes que utilizan España como puerta de entrada del hachis (Marruecos es el primer productor mundial) sin que a nadie, aparentemente, le importe mucho en Europa.

Bien está que Mohamed VI haya aprovechado la hospitalidad española para recordar los excesos racistas y xenófobos que escandalizan a cualquier persona medianamente sensible. Pero sería conveniente que el joven rey y sus consejeros hicieran, de vez en cuando, un examen de conciencia y se preguntaran por las causas que empujan a miles de personas hacia la explotación, el desarraigo y, como fue el caso, el racismo.

Marruecos necesita un cambio político y social con urgencia y en profundidad. Pero este cambio ¿es el que promueve desde hace un año Mohamed VI? Dadas las actuales condiciones de vida en el “amable vecino del Sur” lo menos que puede decirse es que el famoso cambio tarda en llegar.

Alguna culpa tendrá el rey por este retraso.

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