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Alberto Míguez

Efusiones jurásicas

Castro y Jiang Zemin se abrazan y besan en La Habana. La escena recuerda las efusiones de Breznev y sus súbditos del Pacto de Varsovia. Después pasó lo que pasó. De aquellas efusiones vino la perestroika. ¿Qué mejor lugar que la capital cubana para injuriar a los americanos por el avión espía EP3?

Pero Zemin no cayó en la trampa. Es más astuto que el sátrapa cubano; le interesa mantener una relación estable y abierta con Bush: hay 57.000 estudiantes chinos en las Universidades americanas, el comercio entre los dos países marcha a todo gas, y al final tal vez los gringos terminen vendiéndole tecnología militar avanzada a Taiwán. No pellizque la cola del tigre cuando duerme, dice el refrán asiático.

A Castro le importa un pito el futuro, la prosperidad de su pueblo, la estabilidad social, el papel de Cuba en el mundo. Por un epíteto ingenioso o un aplauso es capaz de sacrificar a las generaciones venideras sin mover una ceja.

El desastre generalizado de la economía cubana, la miseria igualitaria que el castrismo ha impuesto a un pueblo desmoralizado le producen escalofríos al presidente chino. Eso, precisamente eso, es lo que quiere evitar en su país. Cuba es un antimodelo, aunque los dos dinosaurios marxistas se juren amor eterno y colaboren para evitar que sus dos dictaduras sean condenadas en la Comisión de Derechos Humanos de Ginebra.

Como premio de consolación, un contrato millonario para que los cubanos puedan comprar “por la libre” (es decir, sin recurrir a los dólares) televisores chinos y gozar con la televisión única, el pensamiento único, los discursos del líder único a través de la caja tonta.

Zemin acaba de ordenar la ejecución de un centenar de condenados a muerte: una bagatela. A Castro le gustaría emularle utilizando el mismo método con los presos políticos y disidentes: ejecuciones públicas y aprovechamiento post-morten de las vísceras.

El periplo iberoamericano del líder chino terminará en Caracas. El ósculo y apretón al comandante Chávez serán menos entusiastas. Chávez sólo tiene petróleo y un montón de problemas que no logra gestionar. Y, dicen los malpensados, la espada de Bolívar que guarda en su armario ropero es una imitación “made in Taiwán”.

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