Menú
Alberto Míguez

El abeto de San Pedro

El pretexto utilizado por el Papa de Roma y sus colaboradores para recibir en audiencia colectiva al líder fascista, parafascista o prefascista austríaco Jorg Haider es uno de los más graciosos subterfugios utilizado por Pontífice alguno para justificar un gesto como mínimo poco razonable: la entrega de un abeto gigante de la Carintia -la región que gobierna Haider- para adornar la plaza de San Pedro.

La decisión de enviar el árbol y de recibirlo se tomó hace cuatro años, plazo suficiente para que Juan Pablo II reflexionara sobre las consecuencias que tendría en el Estado que dirige, en la ciudad que lo acoge y en la comunidad que lidera la presencia de un individuo tan poco recomendable como extravagante.

Las manifestaciones, peleas, intervenciones policiales y declaraciones del gobierno italiano con que se amenizó la visita demuestran sobradamente que aunque el Papa es infalible en asuntos de fe católica a veces se equivoca en otra clase de asuntos. O lo equivocan sus consejeros purpurados, que viene a ser lo mismo. Asombra que el anciano pontífice haya caído en la trampa de Haider.

Hasta hace poco el abeto y Papá Noel eran símbolos sospechosos rechazados por los católicos más ortodoxos porque se les consideraba una importación de origen protestante en oposición al belén o nacimiento de tan recio y tradicional sabor. La imagen, sin duda atractiva, de la Plaza de San Pedro con el abeto de Haider en el medio sorprende a algunos y molesta a otros, sean o no católicos. Es un símbolo ambiguo, una señal innecesaria que merecería un modesto examen de conciencia o de sentido común.

Haider ha regresado a su Carintia natal y letal hecho unas pascuas: en unas horas montó la marimorena, se fotografió al lado del anciano sucesor de Pedro y aprovechó la oportunidad para insultar al gobierno italiano. Todo un éxito.

En Opinión