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Alberto Míguez

El batacazo marroquí

La decisión del Consejo de Seguridad de la ONU favorable a mantener activada hasta finales del mes de enero la misión (MINURSO) encargada de preparar el referéndum de autodeterminación aún no celebrado y garantizar el cese el fuego entre el ejército marroquí y el Frente POLISARIO, proclamado hace más de diez años, constituye para el régimen de Rabat, y especialmente para el “joven rey” Mohamed VI, un varapalo de consideración.

Tras su comentada y exaltada visita a Washington hace unas semanas, Mohamed VI creía tener ya en la mano la solución del contencioso sahariano, por supuesto favorable a las tesis mantenidas por el ex-secretario de Estado norteamericano, James Baker, y reflejadas en el llamado Acuerdo-Marco: amplia autonomía para el territorio en el seno del Estado marroquí y descarte del referéndum de autodeterminación pendiente desde los años setenta.

No ha sido así: ni los Estados Unidos pudieron convencer a sus pares del Consejo de Seguridad (Rusia, China y otros se opusieron con vigor al Plan Baker) ni Francia y el Reino Unido lograron imponer a los restantes países de la UE (entre ellos, España) una “posición común” favorable a la autonomía.

El rey de Marruecos había anunciado un tanto irresponsablemente que en unos meses el problema del Sahara estaría resuelto favorablemente para las tesis marroquíes. Lo que sucedió días pasados fue exactamente lo contrario: la solución se aplaza y el consenso anunciado por Estados Unidos y sus aliados no llega. Y, según están las cosas, no llegará hasta mediados del año próximo, si es que llega.

Por de pronto los miembros permanentes y no permanentes del Consejo de Seguridad han logrado un consenso contrario a las tesis marroquíes que los USA, Francia y el Reino Unido no tuvieron más remedio que apoyar : el referéndum de autodeterminación debe celebrarse, y cualquier acuerdo que se alcance tiene que contar con el apoyo de las dos partes en conflicto. Ésa era exactamente la posición española, y no podía ser otra, pero haberla defendido en los últimos meses –tras varios mensajes ambiguos del entonces ministro Piqué sugiriendo que España podría aceptar el Acuerdo-Marco– nos ha costado, entre otras cosas, la retirada del embajador marroquí en Madrid, el deterioro de las relaciones bilaterales en todos los terrenos (político, pero también económico y de cooperación) y muy probablemente también la “crisis del Perejil”.

Los nuevos gestos marroquíes protestando por la presencia de un buque de guerra español en el Peñón de Alhucemas y reivindicando su derecho a reclamar la soberanía sobre Ceuta y Melilla ponen de manifiesto que el Palacio (centro de todo el poder) y sus aledaños no han aprendido nada de las experiencias pasadas y que pretenden seguir presionando a España en todos los terrenos para que “afloje” en la cuestión del Sahara. Error, inmenso error, pero sobre todo pésimo conocimiento de las realidades políticas internas españolas, del equilibrio de fuerzas y, sobre todo, del “estado de opinión”, un asunto especialmente delicado.

Pocas veces, en efecto, a lo largo de su breve historia como país independiente, la “causa marroquí” había generado tanta hostilidad y rechazo en la opinión pública española que, seamos sinceros, nunca fue muy favorable a la monarquía alauita y al régimen cherifiano. Pocas veces, también los grupos de presión que apoyaban tradicionalmente esta causa (empresarios, medios de comunicación, emigrantes, líderes políticos y académicos) habían dado prueba de tanta desafección y decepción ante lo que consideran una política irresponsable, prepotente y contraproducente para los propios intereses marroquíes en España.

El asunto es grave, y va mas allá de la mala coyuntura actual. En el momento de la verdad, sólo Felipe González, Zapatero, Chaves y Jerónimo Saavedra se atrevieron a sacar la cara por el “amigo marroquí” desde la trinchera socialista insistiendo en algo que es evidente e irreversible: pase lo que pase será necesario recomponer unas relaciones que son importantes para ambos países condenados a la vecindad geográfica y a compartir intereses comunes de todo tipo.

Esa es, por supuesto, la postura retórica del gobierno de Aznar, pero todo indica que en las profundidades del Ejecutivo y del poder popular se está produciendo cierto hartazgo y cierto cansancio ante este vecino incómodo.

Y todo eso explicaría el lento pero, al parecer, imparable cambio de la estrategia española en el Magreb a favor de un paulatino acercamiento al “enemigo principal” de Marruecos y buen cliente de España en la zona, Argelia.

El asunto tiene tanta importancia que sería frívolo despacharlo con dos obviedades y un tópico. Merece análisis y reflexión aparte. Pero no sólo de quienes, por profesión y vocación, nos dedicamos a estudiar la política exterior española, sino también de los propios marroquíes, su clase política y empresarial, los cortesanos del majzén (establecimiento) y el propio rey Mohamed VI.

Es dudoso, sin embargo, que estas personas dediquen sus ocios a semejante tarea, ocupados como están en desembalar la caja de los truenos en un irredentismo territorial que, a la postre, les aísla todavía más de comunidad magrebí y de sus aliados europeos. Creer que el protectorado de Francia ayudará a Mohamed VI a salir solito de la encrucijada del Sahara es tan ingenuo como fiarlo todo a la alianza unidimensional con Estados Unidos. Es difícil salir de la soledad amenazando a los vecinos y amigos con una retórica tan vieja como insignificante. Mohamed VI y sus inocentes consejeros pueden aprenderlo a su costa si siguen por el mismo camino en los próximos meses.

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