El ministro de Exteriores, Josep Piqué, se dice “perturbado” con las imágenes de los terroristas de Al Qaeda detenidos en la base norteamericana de Guantánamo y sugiere que se beneficien de la Convención de Ginebra para oficiales y soldados prisioneros detenidos en guerra . Decir que este ministro disparata es decir poco porque, en efecto, ni los terroristas de Ben Laden son soldados ni hay razón alguna, legal o humanitaria, para tratarlos como tales.
Piqué debe estar distraído, o tal vez perturbado, por sus largos e inútiles viajes (la gira por Oriente Medio ha sido un ejemplo sustancioso: nada con sifón que diría “La Codorniz”). Debería descansar más y escuchar a sus colegas del Gobierno e incluso a sus subordinados, que le enmiendan la plana cada martes y jueves. Tendría que fijarse un poco más en la lucecita de Moncloa, como cuando opositaba a su puesto actual y despejaba con tanta elegancia el flequillo.
Es preocupante, en efecto, que mientras el ministro de Justicia dice una cosa sobre los terroristas de Guantánamo, Piqué diga lo contrario. Y que minutos antes o después, el Secretario de Estado para Europa reitere lo dicho por el ministro de Justicia. Alguien debería cortar esta algarabía de declaraciones contradictorias de ministros y secretarios. Orden, disciplina y jerarquía, que diría Pinochet.
Alguien debería explicarle a Piqué que decir esas cosas, aunque sea con misericordiosas intenciones, es una barbaridad. ¿Le gustaría, por ejemplo, que el secretario de Estado americano propusiera al Gobierno español que le aplicara a los presos de ETA la dichosa Convención? ¿En qué quedamos? ¿La lucha contra el terrorismo es o no una batalla universal (Aznar dixit) donde no hay frentes ni facciones y en la que la cooperación internacional parece obligada, o se trata simplemente de una batalla entre las fuerzas de Estados Unidos y las de Ben Laden? ¿Es ésta la fórmula de Piqué para ayudar a los gringos en su lucha contra el terrorismo?
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