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Alberto Míguez

El nuevo modelo de autonomía de Marruecos

La diplomacia marroquí intenta estos días presentar a la comunidad internacional un nuevo modelo de autonomía para el Sahara Occidental. Tras casi treinta años de idas y vueltas, la misión de concluir un proceso de descolonización pendiente parece haberse convertido en imposible.
 
Hace meses, el Consejo de Seguridad, presidido por España, aprobó un proyecto de solución basada en el llamado Plan Baker (última versión, hubo otras anteriores) que preveía elecciones para una Asamblea legislativa (Yemaa), un gobierno provisional y, posteriormente (cuatro años después), un referéndum de autodeterminación sobre el futuro del territorio: independiente o "adherido" a Marruecos.
 
La resolución, aprobada por unanimidad fue calificada entonces como una "solución política óptima". El gobierno marroquí la rechazó porque no garantizaba la pertenencia a su soberanía de la excolonia y prefirió tirar balones fuera exigiendo previamente a su implementación un acuerdo entre las partes, algo que se busca infructuosamente hace casi tres décadas.
 
Aunque obviamente el Sahara no es un asunto urgente en la agenda del Consejo de Seguridad, tanto el secretario general como los miembros permanentes del Consejo de Seguridad están literalmente hartos de un contencioso cuya solución se aplaza a medida que se van encontrando salidas o alternativas viables.
 
Dentro de unos días, el Consejo alargará el mandato de la misión especial para el Sahara (Minurso), tan costosa como aparentemente frustrada. Kofin Annan advirtió ya en varias ocasiones que si las cosas siguen como hasta ahora, llegará un momento en que retirará a la Minurso del desierto. Razón no le falta. No están precisamente en la ONU sobrados de medios y entusiasmo como para mantener un proyecto aparentemente condenado al fracaso. Claro que, dicen las partes contendientes, el remedio puede ser peor que la enfermedad y la salida de Minurso puede desencadenar de nuevo las hostilidades. Tal vez sí y tal vez no: ahí las opiniones divergen.
 
Marruecos hizo en los últimos meses mangas y capirotes con la resolución del Consejo de Seguridad. Simplemente no la acepta ni aceptará ninguna solución que implique poner en duda su soberanía sobre la excolonia: en realidad, todavía colonia: el proceso de descolonización no ha concluido. El Frente Polisario y su padrino, Argelia, aceptó en cambio la resolución del Consejo entre otras razones porque nada tenía que perder y mucho que ganar.
 
La diplomacia marroquí ha intentado ganar (o perder) tiempo. Y lo ha conseguido, hay que reconocerlo. Ahora intenta reciclar otra solución alternativa basada en esa autonomía de nueva planta cuyas características no se molestó en explicar. Cuenta, por supuesto, con el apoyo incondicional de Francia y menos entusiasta de Estados Unidos. España, erre que erre, repite su vieja teoría que data de 1977 y huele a naftalina, pero que no puede cambiar porque ningún gobierno tiene narices para hacerlo. Ya se sabe que, haga lo que haga España, el malhumor y el reproche marroquí están garantizados. El gobierno francés aplaude con entusiasmo esta fractura al parecer irremediable.
 
Nadie sabe muy bien en qué consiste ese nuevo modelo de autonomía. Pero todo el mundo sabe que ni el Frente Polisario lo aceptará, ni en las actuales circunstancias es aplicable.

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