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Alberto Míguez

El vértigo de la guerra

La posibilidad de que India y Pakistán lleguen a las manos (o a las armas: atómicas) a causa, una vez más, del conflicto de Cachemira aparece en estos momentos como un riesgo difícilmente neutralizable por Naciones Unidas o las grandes potencias (USA, Rusia, China).

Además, los dirigentes de ambos países (y especialmente el primer ministro indio) se dedican con entusiasmo a echar leña a este incendio con una irresponsabilidad difícil de entender. Lo malo es que cuentan con el apoyo de dos opiniones públicas igualmente entusiastas que aplauden la eventualidad de una guerra como si se tratara de una final deportiva.

Pocas veces una guerra anunciada había gozado de tanto apoyo popular. Y esto convierte al conflicto en un problema irresoluble. Al menos, por ahora. Las causas del contencioso son conocidas, los desencadenantes actuales, también. Para India, Cachemira es una parte irrenunciable del territorio nacional y cualquier escisión o separación resulta inadmisible. Para Pakistán, las poblaciones musulmanas de Cachemira, muchas de ellas de la misma raíz tribal, deben ser protegidas contra el “imperialismo infiel hindú” que las oprime desde hace mucho tiempo, es decir, desde la separación y nacimiento como entidades distintas de India y Pakistán.

Al problema religioso que late en los orígenes del conflicto hay que añadir las diferencias y solidaridad tribales, las ambiciones territoriales de Pakistán, el fanatismo islámico opuesto a otro fanatismo relativamente novedoso, el hindú, que gana terreno cada día. India y Pakistán poseen armas atómicas. Y las exhiben cada dos por tres para dar a entender que están dispuestos a utilizarlas si, como algunos temen, estalla una guerra generalizada a partir de este conflicto localizado y, finalmente, local.

Nadie puede garantizar que en un momento dado las escaramuzas fronterizas en Cachemira no deriven hacia un estallido incontrolado e irreversible. Asombra que dos de los países más pobres del mundo despilfarren alegremente sus recursos en guerras perfectamente evitables. Pero la naturaleza humana y social es así.

El problema para que Estados Unidos intervenga y sosiegue a uno u otro país es que su alianza oportunista con el general Musharraf, presidente de Pakistán, le obliga a extremar la prudencia. Rusia, el aliado tradicional de la India, carece de fuerza, voluntad política y recursos para tranquilizar a sus amigos. En cuanto a Naciones Unidas... Parece dudoso que el envío de “cascos azules” sirva para moderar a unos y otros. A la hora en que escribo estas líneas puede esperarse lo peor.

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