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Alberto Míguez

Ellos son Euskadi

Precisamente cuando Batasuna y sus mamporreros nacionalistas se aprestan a lanzar un nuevo ataque contra las libertades en el País Vasco con el pretexto de protestar contra la Ley de Partidos Políticos, un grupo de mujeres y hombres han presentado la Fundación para la Libertad, un proyecto de reconciliación, civilidad y democracia dirigido a que los vascos puedan vivir sin sobresaltos en la democracia española, lo que desde luego no es el caso actualmente.

Presididos por la profesora Edurne Uriarte, una mujer bellísima moral y físicamente, en esta Fundación está lo mejor de Euskadi: políticos, escritores, profesionales, académicos, empresarios, trabajadores, hasta clérigos (lo que dado el pelaje de los señores obispos y párrocos del lugar es toda una hazaña), juntos para revindicar otro país, otra vida, otra esperanza. La presentación de esta alternativa cívica se produce mientras el lehendakari Ibarretxe pasea su cuerpo gentil por los campamentos del Polisario en Tinduf: buen momento para que reflexione hasta qué punto lo que él llama su patria se ha convertido también en un campo de concentración para quienes ni se arrugan y ni pasan por el aro de este nacionalismo cateto y sanguinario que él y sus amigos representan.

En la Fundación para la Libertad están gentes tan distintas pero nada distantes como Fernando Savater, Agustín Ibarrola, Rosa Díez, Vidal De Nicolás, Germán Yanke, Nicolás Redondo Terreros y su padre, el gran Nicolás Redondo —ejemplo de dignidad y coraje, ahora y antes— Carlos Totorika, Jaime Mayor Oreja, Enrique Múgica, Emilio Guevara (la dignidad del hombre está también en saber rectificar y seguir adelante: la infalibilidad es el refugio de los idiotas) y Ana Urchueguía, la apabullante alcaldesa de Lasarte. Lo mejor de Euskadi, lo mejor de ese país y ese pueblo que a lo largo de la historia compartida y común con la nación española ha sabido dar ejemplo de universalidad, sentido común, trabajo y decencia. Ese país que Arzalluz y sus diáconos quieren convertir en una mezcla del Santo Oficio y Patio de Monipodio con la bendición del obispo Blázquez y de su compañero de cuarto, el obispo de Sigüenza, un tal Sánchez, que lo ama y admira apasionadamente. No es de extrañar que con estos individuos al mando, ahora sí, España esté dejando de ser católica.

La Fundación para la Libertad es apenas un eslabón de esa cadena de solidaridad de la que forman parte otras fundaciones como la Miguel Ángel Blanco, la de José Luis López de la Calle, la asociación de Víctimas del Terrorismo. Todos están en la lista de condenados a muerte por la banda criminal, todos viven protegidos por policías y guardaespaldas, todos miran a diario si hay bombas debajo del coche o si el tipo que pasó dos veces delante del portal es o no el asesino o el chico de los recados. Nada de eso le ocurre por ejemplo a Anasagasti en Madrid o al obispo Uriarte en su tierra: la guerra no va con ellos.

Todo indica que en Euskadi se aproximan tiempos todavía peores y eso explica que los que no quieren ser el pavo de esta verbena criminal se unan para, al menos, sufrir juntos. El resto de España no puede permanecer ajena al dolor que se anuncia. No puede olvidarse de estas gentes que piden apenas un margen de libertad para vivir dignamente. Ellos son lo mejor de Euskadi, hay que apoyarlos de todos modos.

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